Hoy, tal vez por la lluvia, he estado leyendo un trabajo muy
interesante del profesor Guillermo Fatás
Cabezas publicado por la Institución Fernando el Católico en 1990, que es un
compendio de trabajos suyos, todos muy interesantes, publicados muchos de ellos
en el diario Heraldo de Aragón. Pues
bien, en uno de sus últimos capítulos, “Zaragoza
desaparecida”, Fatás hace un elogio de muchos, yo diría que demasiados,
edificios civiles y religiosos derribados por la piqueta a lo largo de los
tiempos para desgracia de los zaragozanos, desde la Torre Nueva hasta edificios
modernitas de la calle Bolonia, en beneficio de la especulación, en unos casos,
y de la desidia municipal, en otros. Justo en la página 163 de ese compendio
cuenta Fatás: “Hace casi cien años, don
Simón Sáinz de Varanda, entonces exalcalde de Zaragoza, encabezó una
protesta (inútil, claro es) frente a la hirsuta estulticia de quiénes lograron
derribar la Torre Nueva.
En 1982, algunos ciudadanos de Zaragoza estamos seguros de que el alcalde Ramón Sáinz de Varanda ha hecho de la
salvaguarda del patrimonio cultural un objetivo irrenunciable de su gestión”.
Pero Ramón Sáinz de Varanda, el primer alcalde democrático que tuvo Zaragoza
desde la guerra civil, fallecía de larga enfermedad el 10 de enero de 1986 en
pleno ejercicio de su mandato. Y le sustituyó, nombrado a dedo por Felipe González, Antonio González Triviño, que durante su mandato de nueve años al
frente del Consistorio hizo los mayores adefesios urbanísticos en plazas y calles
de los que los ciudadanos tenemos memoria. Menos mal que su sucesora, Luisa Fernanda Rudi, del PP, no hizo
prácticamente nada reseñable en la ciudad. Yo sólo recuerdo la colocación de
unas farolas isabelinas en la Plaza
de Aragón de dudoso gusto, que las pagó el Banco Central Hispano, una tontería
en medio de la Plaza
de Mozart que parece el manillar de una bicicleta sobre un pedestal, unos
arreglos con fuentecilla incluida en una plazoleta de San Ignacio de Loyola y
poco más. Ella siempre decía que su trabajo no lo percibía en ciudadano porque se hacía en el subsuelo (renovando
tuberías), pero la verdad es que jamás hubo tantos reventones. Que se lo
pregunten a los entonces responsables la Librería General,
que le inundaron todos los sótanos llenos de libros. ¿No es verdad, De la Rica? Pues bien, agua pasada no mueve molino.
Pero los adefesios de Triviño ahí están para vergüenza de todos; y el subsuelo
del Paseo de la
Independencia, el Paseo de los Reventones, donde José Atarés (sucesor de Rudi) pretendió
hacer unos aparcamientos subterráneos, tuvieron que volverse a tapar al
encontrarse vestigios importantes de la época romana. Eso sí, aprovechó aquel
alcalde, al que días pasados le ha dedicado Belloch una avenida, para colocar unas farolas de pésimo gusto en
forma de “ele”, lo más parecido a patíbulos para ahorcamientos. Sólo les falta
la soga anudada. Y ahí siguen, no sabemos hasta cuándo. Pero hoy, también, tal
vez por la lluvia, he estado releyendo el Suplemento Infantil de la revista de
“Prensa Española” correspondiente al domingo, 31 de mayo de 1936, donde Roenueces conduce un taxi con
carrocería hecha a base de tablones y Celia
le llama: “Eh…taxi!”. Y en su última página, “Página de los lectores”, aparecen los dibujos de varios niños
enviados a la revista para su publicación. Y entre ellos, hay una carabela
dibujada por “Ramón Sáinz de Varanda, 11
años”. Me he emocionado.
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