En Zaragoza no se habla de otra cosa que no sea de la riada
del Ebro. El espectáculo de este fin de semana en el Puente de Piedra, donde la
gente hacía fotos y recordaba tiempos pasados, era de un paletismo propio de
novela de Juan Blas Ubide. Hubo
hasta quiénes se hicieron selfies en
un vano intento de quedar bonito para la posteridad. Y, cómo no, vecinos que
recordaban la riada de 1961 y la de 1956, ¡que ya ha llovido! Se han
inundado hasta los sótanos del Registro
Civil de la calle Alfonso, donde otrora estuvo Gay, la desaparecida tienda de ropa y regalos. Pero no hay mal que
por bien no venga. Con un poco de suerte tal vez a muchos ciudadanos se les borre del mapa y,
cuando soliciten un Certificado de
Nacimiento les digan ahora los funcionarios que no disponen del asiento en
el folio correspondiente; mejor dicho, que sí disponen del folio de inscripción
aunque muy emborronado. Hace años, esas
cosas se solucionaban en los libros de las parroquias, donde constaban las fechas
de bautismo y hasta el nombre de los padrinos. Pero ahora, como cada vez se
bautiza menos gente, aumentan las dificultades para recabar información de los
curas ecónomos. Lo más correcto será, a este paso, acudir a las oficinas del
INEM, porque es ahí donde estamos casi todos los ciudadanos inscritos desde
tiempo inmemorial. Seguro que allí se sabe lo que hay que saber, es decir, que
seguimos vivos y haciendo fila aunque un poco más desesperados cada día que
pasa. A los ciudadanos, a este paso, donde habrá que registrarles no es en el
Registro Civil sino en el Libro Registro
de Objetos Usados, que utilizan los
chatarreros para asentar las compras y los que acuden al monte de piedad para empeñar lo poco que les queda, cuyo reglamento
de 1919 fue modificado por la Ley
17/1985, de 1 de julio, y que firmó en el BOE el entonces ministro José Luis Corcuera, aquel electricista
malencarado que pretendía entrar en los domicilios de los ciudadanos dando una
la patada en la puerta. El PP –recuerdo- arremetió entonces contra la legislación
socialista con la misma furia que más tarde el PSOE se opuso a la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana
que obsesionaba a Jorge Fernández Díaz.
Entonces, cuando Corcuera se quiso pasar de listo, la cara de perro las puso Federico
Trillo, que por aquellos días era portavoz de asuntos de Justicia e
Interior en las Cortes. Después, con la pretensión del ministro Fernández Díaz
le tocaría el turno de pataleo a Eduardo
Madina, el aspirante a la Secretaría
General de los socialistas que pudo haber sido y no fue a la
salida de Pérez Rubalcaba. Apareció
en escena un tal Pedro Sánchez y
se acabó el carbón. En noviembre de
1993, el Constitucional declaró contrario a derecho el artículo de la
patada en la puerta, tras lo que el ministro Corcuera presentó su dimisión.
Fernández Díaz es, por si alguien no lo recuerda, el mismo político que dijo en
París (con motivo de los actos terroristas en la revista satírica Charlie Hebdo) que “se
controlará la frontera aunque haya que cambiar Schengen”. Pues nada, haber
si lo hace cuanto antes. Así evitaremos otra riada peor que la del Ebro, o sea,
la de tipos incontrolados que sólo vienen a España para delinquir de las más
diversas formas. Pero en este país ya se sabe: ni con Schengen ni sin Schengen
tienen los males remedio. No hay motas que puedan frenar el avance de ciertas
riadas. Tampoco es una cuestión de pelotas, de pelotas de goma quiero decir.
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