Demetrio Fernández,
obispo de Córdoba, echa pestes sobre la reproducción in vitro, que ha calificado de “aquelarre químico de laboratorio”.
Pues nada, yo le diría a ese iluminado pastor de almas que gracias a esa
técnica reproductiva muchos padres son felices, al poder tener un hijo que de
otro modo hubiese resultado imposible. Yo no sé a qué se debe esa obsesión de
sacerdotes, obispos y resto de la curia sobre todo aquello que está relacionado
con la Obstetricia
y la Ginecología. Les
podría haber dado, yo que sé, por la Papiroflexia o por la Geometría; pero no, a
ellos lo que les produce morbo es meterse en las alcobas, en camas ajenas,
entre las sábanas blancas y en medio de la pareja para que corra el aire, al
tiempo de susurrarles al oído cómo deben practicar el coito, de qué postura,
qué día, a qué hora, con qué luz y con qué musiquilla ratonera de fondo. Por
otro lado, esos funcionarios del Cielo obligan a los católicos (utilizando la
espada de Damocles del dogma de fe como exigencia) a creer que la Virgen
María fue fecundada por el Espíritu Santo, y que fue virgen antes del parto, en el parto y
después del parto. Pero esas extrañas teorías de los doctores de la Iglesia, debidamente explicadas
en el catecismo de Ripalda, no se
corresponden con un “aquelarre químico de laboratorio”. Esa rara teoría, forma
parte del credo y, por tanto, no tienen vuelta de hoja. Es, a criterio de los
no creyentes, el resultado de una empanada mental del tamaño de King-Kong. Pero, aún así y todo, los no creyentes profesan absoluto respeto
hacia quiénes piensan de otra manera. Demetrio Fernández, en cambio, al no
conocer qué se siente con la paternidad ni con la maternidad, utiliza la frase
“aquelarre químico de laboratorio” a lo que debería interpretar como “milagro
de la vida”, merced a las técnicas de reproducción asistida que tantas alegrías
ha producido a parejas que, de otro modo, nunca hubiesen podido disfrutar de
ser padres ni crear una familia, a la que todo ciudadano tiene derecho. En ese
sentido, David Torres, en un
artículo en Público titulado “El obispo les desea un feliz aquelarre”,
señala: “…es del domino público que el dogma de la virginidad de la Virgen María proviene
de un error de traducción del hebreo al griego. En el original hebreo la palabra
con que se refieren a María es ‘ha-almah’
que se traduce por ‘joven’ o ‘muchacha’, pero al traductor griego le pareció
poca cosa y prefirió escribir ‘parthenos’,
que significa ‘virgen’ o ‘doncella’. Como la palabra hebrea correspondiente a
virgen, ‘bethulah’, no aparece ni una
sola vez en el texto original, resulta que la iglesia lleva ya dos milenios
arrastrando un aquelarre filológico”. En resumidas cuentas, los aquelarres,
aparte de los rituales satánicos conocidos, también están relacionados por el
término hebreo sabbat, día de
descanso obligatorio en la religión judía. Debido al prejuicio antijudío
surgido en la Edad Media
a partir de la expulsión en 1492 por el Edicto de Granada, que partía de un
borrador de Tomás de Torquemada, el
término sabbat fue
asociado a la práctica de la brujería. Y ahora, el obispo de Córdoba,
quinientos años más tarde de aquel inmenso error, confunde el culo con las
témporas.
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