A Mariano Rajoy
le pidió la Unión Europea
que subiese el IVA y éste, por “equivocación”, ¡oh, que despiste más grande!,
subió el IRPF a los españoles. Y las nóminas se quedaron más reducidas y los bolsillos con menos
calderilla. Y La Unión Europea,
en vista de su desacierto, le recordó que tenía que haber subido el IVA en vez
del IRPF. Pero Rajoy, que es capaz de ganar al futbolín a Bertín Osborne por 8-1 y dar buena cuenta a una botella de albariño en el tiempo que dura echar una
partida de tute habanero, tratando de corregir el entuerto, subió también el
IVA y pelillos a la mar. Ahora, cuando se abre la campaña electoral y los
partidos emergentes suben en las encuestas
como la espuma del cava de las bilbilitanas Bodegas Langa, va Rajoy y dice que aprobará una rebaja del IRPF en
2016 para aplicarla en 2017, es decir,
que no se hará en el primer Presupuesto por estar ya aprobado. Y eso lo ha
contado ayer en la emisora 13TV, como el que narra “La historia de la tortuga artificial” mejor que Lewis Carroll, donde se siente tan
cómodo como un barbo en los galachos de Juslibol. También dijo que en su
segundo mandato, si es que gana las elecciones el 20-D y consigue gobernar, no
tiene intención de subir los impuestos. Vamos, como hace cuatro años, cuando
incumplió todo su programa electoral, se vistió de luces y dio la vuelta al
ruedo de salón diciendo que nos había salvado del rescate, como si todos
estuviésemos con la yugular tocante a la hoja de cuchillo de los energúmenos
del Estado Islámico. Señala David
Jiménez hoy en el diario El Mundo
que “si les describiera un país donde el Gobierno maniobra para despedir a
periodistas incómodos, impone tertulianos en programas de radio y televisión y
presiona a los directivos de medios de comunicación para evitar las críticas,
pensarían que hablo de una república bananera. Ocurre en España. El mismo país
donde el reparto de las nuevas licencias de televisión se hace a pocas semanas
de las elecciones generales, en un intento de condicionar la línea editorial de
las cadenas. El mismo, también, donde televisiones públicas pagadas por todos
se utilizan como gabinetes de prensa particulares, al servicio de gobiernos que
se quejan de que no les llega para educación o sanidad, pero no tienen problema
en derrochar en propaganda”. (…) “Nuestro presidente planea visitas a los
hogares televisivos de Bertín Osborne -en este caso literalmente-
y María Teresa Campos,
encuentra tiempo para comentar el fútbol en la COPE, y cuando llega la hora de debatir en serio
envía a su vicepresidenta, que viene a ser como si el líder de una banda
mandara al batería a cantar en su lugar. Debates sí, ha dicho Rajoy:
encorsetados, facilitos y con Pedro
Sánchez como único contrincante, no vayamos a tener un susto”. En fin,
ya sólo falta que Rajoy nos enseñe en directo en televisión y al filo del
mediodía cómo hacer queimadas. Ahora
recuerdo cuando, en 1994, se encontraron Manuel
Fraga y Luis Alberto Lacalle, presidente
de Uruguay. Lacalle, que iba a recibir la Medalla de Oro de Galicia, no hacía más que
darle vueltas a un cazo de barro cocido con patas (ese invento de Tito Freire) donde se hacía la
queimada. En un momento dado, Fraga, ya impaciente ante la cachaza de su
invitado, le espetó a Lacalle: “Le nombro edecán de queimadas, pero termine
usted con esto”. ¿Qué hubiese pensado Álvaro
Cunqueiro, verdadero inventor de la queimada, de haber estado presente en
aquel rito? Cualquiera sabe. “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas;/ demos,
trasnos e diaños;/ espíritos das neboadas veigas… “.
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