MARTITA es menuda, de ojos
verdes y amplia sonrisa. Postrada en cama por cruel enfermedad mira aburrida y
resignada las paredes de su dormitorio. Están colmadas de muñecas mulatas,
cacharros para hacer comidillas y lápices de vivos colores. Sobre el radiador
tibio, el molinillo de cartulina que le hiciera papá una tarde de otoño marrón.
Sueña con muñecos de verdad y ansía sanar para poder salir al campo y volver a
sentir palpitar la vida, correr por los prados, tomar mariposas azules y
blancas, oír el canto de la oropéndola en la rama de manzano, sentirse como
antes de fuerte y chapotear en los charcos los días de lluvia y sol en los que
el arco iris abraza la atardecida.
Hoy
cinco de enero un rayo tenue penetra por la ventana de su alcoba. Fuera, el
frío corta el paisaje. Desde su camita
se ve el jardín y junto a la ventana un desnudo árbol mueve sus ramas al
viento. A veces una alondra distraída se posa un instante. A Martita le
agradaría abrir la ventana y que la alondra entrase en su habitación para que
le hiciera compañía y le contase si los arroyos seguían allí, donde siempre
habían estado, si el año nuevo traería nuevos sueños o si los Reyes Magos ya
estaban muy cerca.
Los
zapatitos blancos que llevó en su Primera Comunión han sido colocados por mamá
a la intemperie, cerca de donde se posa la alondra, con unos granos de trigo
dentro por si al llegar la noche los caballos regios tienen hambre.
Me
traerán, piensa, la muñeca que anda y llora, la cocinilla, muchos cuentos y
golosinas...
Sus
ojos se han encendido de esmeralda y nácar. Está pálida de luna y sus manitas
desnudas sostienen una caja de música. De vez en cuándo abre la briosa tapita
gris y comienza a sonar “Para Elisa”. Se queda muy seria y una lágrima
de vida se escapa silenciosa del fondo de sus ojos misteriosos.
Al
asomar la noche aumenta la fiebre. Mamá la acaricia y Martita se siente
protegida.
--Mamá,
¿A qué hora vendrán los Reyes?
--De
madrugada, hijita, cuando duermas...
Amanece
y la alondra vuelve a posarse un instante en el árbol desnudo. El relente
empaña los cristales de la alcoba. Martita agoniza.
--¿Tengo
frío! Cógeme la mano muy fuerte. Creo que ya oigo cabalgar a los Reyes Magos.
--Sí,
mi vida...
--Se
ha marchado la luz. No veo.
La
cara de Martita se ha iluminado. Sonríe y se queda dormida. A su alrededor
todos lloran. En el jardín llueve a cántaros.
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