Leo en el diario ABC
que “un grupo de científicos de Israel está tratando de recrear el licor que se
bebía en la época de Jesús”, en un
intento de pretender conocer cómo sabría, supuestamente, el vino de la Última Cena y de qué uva estaría hecho.
Ignoro si esos científicos de la
Universidad de Ariel (Cisjordania) conseguirán dar
en el quid (pronombre latino que
significa qué cosa, y no “quiz” como si hiciéramos referencia a una
revista de crucigramas y que algunos plumillas confunden) de la cuestión. Pues
bien, parece ser que se están estudiando semillas de uva y restos de varios
fragmentos de vasijas de barro de la época. Hasta el momento ya han
identificado 120 tipos de uvas diferentes y algunos enólogos se decantan por la
uva maaravi, que parece ser era la
más común y cuyas cepas dejaron de plantarse en aquella zona asiática 220 años d.C.
También se desconoce si fue la filoxera la que terminó con aquellos viñedos.
Otros estudiosos entienden que la uva habitual de entonces por aquella zona del
este de Belén era conocida como davouki.
Maaravi, traducido del hebreo (en
este caso aplicado como nombre masculino judío) quiere decir “el occidental”. Ya puesto, me gustaría
aprovechar esa circunstancia para elogiar como merece el trabajo de
venenciador. Todo comenzó en el sur de España, a partir de las entonces
llamadas botas jerezanas de madera, para almacenamiento, transporte y
envejecimiento de los vinos de Jerez. Se requería una maestría especial para la
obtención de muestras. Esas botas disponían, entonces y ahora, de un orificio
en una de las duelas (tablas), siempre situada en el centro la parte superior
de la barrica cuando queda colocada en la andana (hilera de cubas) durmiente en
la bodega. Y por allí, por el bojo de
la bota es por donde se extrae la muestra por medio de venencias, para
depositarlo en el catavinos y poder apreciar sus matices de olores y sabores.
La venencia tiene máxima importancia, además, en la compra-venta de vinos. Con
ella se extrae una muestra para poder llegar a una “avenencia” en su mercadeo. La venencia se divide en tres partes:
cubilete, vástago y gancho. En Sanlúcar, más prácticos, utilizan un trozo de
caña, el que va entre dos nudos, para hacer el cubilete. Con el resto de la
caña se hace el vástago. De ahí viene la expresión de tomar una caña de manzanilla, cuyo contenido
equivale al del conocido catavinos. Sobre el difícil arte del manejo de la
venencia, conservo un suelto de ABC de
Sevilla (06.09.68, pág. 27) titulado “Cuando
la uva se convierte en vino”, escrito por
Miguel Rubio-Caballero.
Cuenta, entre otras interesantes cosas, que el cubilete fetén debe ser de plata;
y el vástago, de bigote de ballena. Y por aquello del hilo y el ovillo,
aprovecho para recordar algo que ayer contaba Antonio
Burgos en ABC de Sevilla, en su
artículo “Jaus Guater Guoch Cuper”: "Cuando el Consejo
Regulador del Jerez perdió el pleito frente a Coñac, alguien quiso ponerle ‘jeriñac’ al brandy. El pitorreo fue
general. Y Pemán se guaseó de la
palabreja en memorable Tercera de ABC,
donde decía que cuando dijeras en un bar que querías ‘jeriñac’, el dependiente de la barra te diría:
--Segunda puerta a la izquierda".
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