Como se acerca la
Navidad y hay costumbre en casa de hacernos pequeños regalos,
mi mujer me ha preguntado qué es lo que deseo para esas fechas tan señaladas. Y
yo, circunspecto, le he contestado que unos
tirantes. Ella, que no usa tirantes, me ha respondido que mejor un cinto para
los pantalones. Bueno, -he especificado-, pero que sea una correa de categoría,
como la Gürtel. Y a tal efecto, nos hemos acercado hasta el Cortinglés
de la Plaza
de Aragón por ver que ofertaban. Y como no quedaba satisfecho con ninguna de las correas expuestas, he insistido
en que deseaba unos tirantes, como los que llevaba mi abuelo, como los que
llevaba mi padre. Los tirantes tienen la ventaja de evitar que se caigan los
pantalones aunque se lleve puesta una talla más de cintura. Porque la correa,
al menos en mi caso, debo cambiarla de agujero en función de lo que como,
verbigracia, un cocido madrileño o unas judías blancas con compango. Todo por
culpa de la aerofagia. Ya más tarde, cuando te alivias la barriga con una
mascletá de pedos al estilo de las bombas de racimo, la cosa cambia y la
hebilla debe volver a su sitio de siempre. Créanme que es un lío. Don Manuel Martí, hizo en su día una
descripción sobre la clase de pedos, que según él son seis. En ese sentido, señala
Martí: “¡Sorprendente ventosa, que con una leve contracción de nalgas hace
sonar ora una trompeta, ora un clarín, ora una flauta! ¡Maravilloso resorte sin
cerrojos, que encerrado en un cuerpo mortal, hace revivir los sentidos más insensatos, corrigiendo el olfato de los que lo tienen malo, excitando la risa
de los que se hallan tristes, rectificando los intestinos torcidos y curando en
fin los males de vientre, cólicos, hidropesías, tisis!, etc., etc.”. Y entre esas
clases de pedos –siempre según Martí- habrá que distinguir entre los pedos
brutales, los pedos disminuidos, los pedos almibarados, los pedos albardados,
los pedos musicales y los pedos tímidos. Juan
Eslava Galán, bajo el título “Pedo”,
dejó escrito en 2012 en un artículo en El
Mundo algo graciosísimo: “El primer ministro portugués, Mario Soares, en su visita oficial a
Inglaterra se desplazaba protocolariamente en la carroza real, junto a la
reina. Uno de los caballos que tiraban de la carroza soltó un cuesco fragoroso.
La reina musitó: “Perdón” (o sea sorry)
y el portugués, educado como sólo ellos saben serlo, dijo: “No se preocupe
majestad: creí que había sido el caballo”. El cuesco fragoroso, aunque no queda dentro de las categorías enunciadas por Martí, es similar al pedo brutal, ese pedo capaz de levantar un ventolín que hace doblar los cadáveres, o sea.
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