Leer la prensa ahora, cuando se acaba el año, es como para
echarse a llorar: un marido despechado, alto funcionario del Consejo balear
denuncia al obispo de Mallorca, Javier
Salinas, por “relación impropia” con su mujer, muy religiosa y activa
militante del PP, ante la
Nunciatura; se conoce la muerte de un policía español, Gabino Sanmartín Hernández, en un
atentado en Kabul. Rajoy nos deja
mucho “más tranquilos” al informar a los medios que el ataque no iba dirigido
contra la Embajada
de España sino contra una casa de huéspedes a pupilaje anexa. Raro, muy raro; Ignacio Villa se gastó durante el
tiempo en el que estuvo al frente de la Televisión de Castilla-La Mancha 134.000 euros en
comidas “de trabajo” con su visa
opaca. Por si ello fuera poco, fichó a una periodista para cubrir noticias
desde Hong-Kong por 12.000 euros al mes, en unos momentos en los que la
televisión de la Comunidad
que presidía Cospedal tenía un
déficit de 10 millones de euros; una mujer se quema a lo bonzo en Barcelona;
otra mujer, portuguesa de Aveiro, de 91 años, muere durante un juego sexual
“fuera de control” con un vecino de 49 con el que mantenía relaciones; las
últimas encuestas dan al PSOE unos resultados en las urnas por debajo de
Podemos; y Raúl del Pozo señala en
su artículo de El Mundo de hoy algo
inquietante: “Coinciden las dos religiones [cristiana y mahometana] en que en
el Juicio Final las putas calaveras beberán agua hirviendo”. No, si ya verás
como al final tenia razón Quique Artiach
cuando escribió en su blog (ayer) que este underground
que nos ha tocado en suerte se parece mucho al “nuevo concepto de bar submarino
privado de luz natural y lleno de jóvenes camareras, sin experiencia, sin
oficio, sin ganas de aprenderlo y sobre todo en tirantes, pasando la axila por
encima de las tapas y de los churros”. ¡Ya nos vale, ya…!
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