domingo, 22 de mayo de 2022

El barquero de Hades

 


La lectura del “Recuadro” de hoy, en el diario ABC, de Antonio Burgos, es lo más parecido a escuchar una homilía donde el cura dice aquello de “y habitó entre nosotros”, refiriéndose al Verbo que se hizo carne. (Juan, 1,1-18). Con su “Bienvenido, Señor” (escuchado en Sangenjo) hemos comprendido todos los españoles, herederos de aquel “!Vivan las cadenas y mueran los negros!”, en referencia a los liberales españoles, a grito pelado con que el pueblo de Madrid aclamaba a Fernando VII en 1823, al ser restablecido el absolutismo con el auxilio de Luis XVIII; hemos comprendido, digo, que nuestra capacidad de vasallaje es preocupante. No terminamos de comprender la paradoja de que el mayor enemigo de institución monárquica es el padre del actual monarca, un hombre victima de su propio fracaso que creyó que podía renacer de sus cenizas. Pero el velero de su amigo Pedro Campos (el barquero de Hades) se ha convertido en la barca de Caronte. “¡Vivan las cadenas!” era el mismo lema que habían acuñado los absolutistas en 1814, a su llegada de aquel monarca felón a Valencia (después de haber pasado por Zaragoza)  para celebrar la vuelta del exilio. Le acompañaba el general absolutista Elío. Los españoles, acostumbrados a obedecer, tenemos debilidad por los caudillos. Cuanto peores sean, mejor. Y en su largo periplo por la geografía española, aquel monarca  se fue dejando querer por un pueblo que rechazaba la causa de los diputados que habían votado la Constitución de Cádiz en 1812. A los pocos días, Fernando VII recibía a Bernardo Mozo de Rosales, el cabecilla de 69 diputados absolutistas que habían firmado el Manifiesto de los Persas, que tomó su nombre de una referencia, contenida en su primer punto, a la costumbre de los antiguos persas de tener cinco días de anarquía tras la muerte del rey. El documento en cuestión sirvió de base al rey para el llamado Decreto de Valencia de 4 de mayo siguiente, que proclamó la restauración absolutista y el retorno al Antiguo Régimen, aboliendo la Constitución y toda la legislación de las Cortes de Cádiz. De entre los 69 firmantes al menos 32 eran clérigos, mientras que sólo de dos se sabe que eran militares. Entre los firmantes se encontraba Gerónimo Castillón, entonces diputado por Aragón, y posteriormente nombrado obispo de Tarazona e inquisidor general; Joaquín Palacín, canónigo de Barbastro y auditor del Tribunal de La Rota; Juan Capistrano Pujadas, regidor de Calatayud y cuestor del Hospital de Nuestra Señora de Gracia; Nicolás Lamiel y Venages, funcionario de la Audiencia, del Consejo de Castilla y consejero de la Inquisición; Juan Francisco Martínez, arcediano de Zaragoza; Pedro Aznar, párroco de Hortaleza; y Tadeo Segundo Gómez, fiscal del Consejo de Hacienda. (Recomiendo la lectura del dossier “Sociología de los diputados por Aragón en las Cortes de Cádiz”, pp. 259-280, de Francisco Javier Ramón Solans y Raúl Alberto Mayoral Trigo). En el mito griego, los difuntos debían llevar un óbolo para pagar su viaje al más allá, razón por la cual en la antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua o sobre los ojos. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tiempo después del cual Caronte accedía a llevarlos sin cobrar. Ahora la laguna Estigia se encuentra en las rías gallegas. Y mañana marchará el Emérito a Madrid para entrevistarse con su hijo y, de paso,  poder comprobar in situ que durante su permanencia en el arenal de Alí Babá no le han puesto sus enseres personales en la puerta de palacio.

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