viernes, 27 de mayo de 2022

La lenta muerte del frac

 


Estoy entristecido desde que conozco la noticia de que el frac está en desuso. Ya pronto solo lo lucirán los componentes de la Orquesta Filarmónica de Viena, los ilusionistas que hacen juegos de manos y sacan un conejo de la chistera y los pocos que consiguen el Premio Nobel y lo reciben de manos de Carlos Gustavo de Suecia. Menos mal que todavía está vigente el esmoquin, ese traje de fiesta para final de una noche que antaño se utilizaba para fumar, y el chaqué para bodas de postín que se celebran por las mañanas o a primeras horas de la tarde. Antiguamente era una prenda que se utilizaba por los ingleses para montar a caballo. De ahí que el faldón trasero esté abierto para que los jinetes pudieran levantar los brazos con comodidad. Pero el frac es otra cosa. Es la máxima etiqueta, la que se pone en las cenas de Estado, que permite lucir  veneras al cuello, condecoraciones (un máximo de cuatro) y bandas desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda, como las botellas de “Paternina” con banda azul que tanto gustaban a Hemingway, cuyas bodegas visitó en Ollauri en septiembre de 1956.  También deberá tenerse en cuenta que en las ceremonias religiosas o matinales la pajarita deberá ser blanca y en las cenas de gala, negra. El frac es, en suma, como una ensaladilla rusa, que permite casi todo. En el chaqué, en cambio, sólo pueden ponerse en la solapa miniaturas (pongamos por caso, un  pin de “Sufrimientos por la Patria” diminuto y con cinta amarilla, que recibieron en su día los heridos y presos en tiempos de guerra del bando ganador, naturalmente). Pero como casi no quedan luchadores de la última contienda, uno puede ponerse un pin de lo que más le guste. Se admite hasta ese pin que dice “Beber es preciso… Agua san Narciso”, o el pin de ser miembro de una cofradía gastronómica de Navalmoral de la Mata, o de la Peña taurina “Litri”, de Calatayud, que tiene su sede en el bar El Brindis. Son miniaturas que dan realce a su portador y sobre las que nadie tiene curiosidad alguna en mirarlas de cerca. Hoy doy por hecho que muchos trajes de etiqueta, sobre todo tratándose del frac, se alquilan por un día.  Un ministro, que suele durar en el cargo menos que un caramelo a la puerta de un colegio, jamás se hará un frac para lucirlo en una supuesta cena de Estado, pongamos por caso en la cena de bienvenida en el Palacio Real al emir  de Qatar Tamim Ben Hamad Al Thani  (al que se le concedió el collar de la Orden de Isabel la Católica) y otra distinción de menor calado a una de sus tres esposas durante su reciente visita a España. Esa distinción, creada por Fernando VII en 1815,  que  premia aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, realizados por personas españolas y extranjeras, que redunden en beneficio de la Nación”. Pero, ¿dónde está el comportamiento extraordinario de carácter civil de ese mandatario de un país nada democrático? Ah, el petroleo, claro, ¡cómo no había caído! Como digo, ese fugaz ministro que usa la cartera negra para llevar el bocadillo de salchichón envuelto en papel de estraza, es posible que alquile el frac por un día, o se lo preste un amigo barítono en la Coral de Arnedillo, por donde pasa el río Cidacos, cuyas aguas tienen la virtud, según Pascual Madoz, de sacar del cuerpo esquirlas de bala. Hombre, a mi entender, paciencia sí hay que tener para soportar la presencia del Emérito los  últimos dos años en los dilatados arenales árabes. Como dicen los sevillanos: "el asunto tiene tela". Paris bien vale una misa y el mandamás de Abu Dabi bien merece la concesión de un collar (de brillantes, si es preciso), como en la canción “Trigo limpio”, de Pepe Pinto, siempre que en el petroleo nos haga una interesante oferta. Apuesto doble contra sencillo a que Job, en los secarrales de Uz, en el reino de Edom, no hubiese resistido tan ruda prueba.  

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