miércoles, 25 de mayo de 2022

Haciendo el "paseillo"

 



Quizás el alguacilillo en la plaza de toros, a caballo y siempre en compañía de otro colega, impone tanto respeto como aquellas parejas de guardiasciviles con capa verde, naranjero y tricornio con cogotera y borbuquejo caído que caminaban silentes por los caminos rurales de España. Pero, mire usted por dónde, los alguacilillos son más antiguos que la Benemérita. En 1503, fue la reina Isabel I de Castilla la que introdujo la incorporación de esos “agentes de la autoridad” durante las lidias.  De hecho, su indumentaria no ha cambiado desde entonces, salvo pequeños ajustes que se introdujeron durante el reinado de Felipe IV: ropa negra y golilla blanca (rizada durante el reinado de Felipe III), botas, polainas de cuero, capa corta y sombrero tocado de plumas. Los alguacilillos abren la plaza, se encargan de despejarla, recoger las llaves de los toriles que más tarde cederán al torilero y entregan los trofeos a los toreros si es menester. Siempre están a las órdenes del presidente, que muestra un pañuelo blanco para ordenar el toque de clarines y el comienzo de la lidia. En la ceremonia del “paseíllo”, tras los alguacilillos, la primera fila la ocupan los tres matadores (el más antiguo en haber tomado la alternativa se coloca a la izquierda, el más moderno, en el centro). Desfilan desmonterados aquellos toreros que son nuevos en la plaza y los que van a tomar la alternativa. También van desmonterados los toreros en señal de duelo. Detrás marchan los banderilleros, también en orden de antigüedad. Después, los picadores. A continuación los mulilleros, los areneros y chulos de toril. Saludan bajo el palco de la presidencia. La música suele estar presente en la fiesta. La costumbre es que permanezca en silencio cuando el torero entra a matar. La primera vez que sonó la música en una plaza de toros durante la faena de muleta fue en la antigua plaza de Barcelona el 13 de mayo de  1877 mientras toreaba Lagartijo un astado de la Ganadería Ripamilán, heredera directa del hierro de Juan Murillo Villanueva, fundada en 1775 con reses de origen navarro y que pastaba en las Bardenas Reales, cerca de de Ejea de los Caballeros. Aquella banda la dirigía el maestro Sampere, que se arrancó con un pasodoble. Por cierto, Gregorio de los Santos Ripamilán Murillo, que además de haber sido alcalde de Ejea era el propietario de la ganadería, fue secuestrado el 28 de mayo de 1882 en las proximidades de la venta de Íñigo, situada en el término municipal de Tauste cuando viajaba con su sobrino Juan Callén, de 14 años de edad. En los primeros momentos se practicaron algunas detenciones, entre ellas la de un vecino de Ejea, apodado Rodeos, que fue interrogado por miembros de la Guardia Civil. Pese a algunas contradicciones sobre sus actividades el día del secuestro, lo pusieron a disposición del Juzgado de Primera Instancia, pero finalmente fue liberado al igual que otras personas detenidas. El 3 de junio aparecieron los cadáveres de tío y sobrino en el término de Ripamilán, junto a la acequia de Mallén, en estado de descomposición. Gregorio tenía la cabeza destrozada y su sobrino presentaba signos de haber sido degollado. Fueron detenidos el dueño de la venta y su esposa y procesados por el crimen.

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