lunes, 19 de febrero de 2024

Sobre la hambruna

 

La hambruna que sufrió España después de la guerra civil fue de libro. Quizás equivalente a la sufrida en Europa en el periodo de entreguerras, solo que en nuestro país se silenció desde el Poder y de los propios domicilios. Pareciese que fuera una vergüenza decir que en casa se pasaba hambre, parecido a lo que aconteció en aquellas familias con hijos tuberculosos. La ropa sucia había que lavarla en casa y las desgracias había que sufrirlas en silencio.  Miguel Ángel del Arco, profesor de la Universidad de Granada y autor de varias publicaciones, sabe bien de lo que habla. “Para que haya una hambruna se tienen que dar una serie de características que se cumplen a la perfección, la nuestra encaja como un guante. Hubo una grandísima carencia de alimentos y un exceso de mortalidad por inanición o por enfermedades relacionadas con la desnutrición. Difteria y tuberculosos crecieron de forma espectacular”. Así lo describió, como coordinador del libro “Los años del hambre. Historia y memoria de la posguerra franquista” (Del Arco Blanco, Miguel Ángel (edi.), “Los años del hambre”. Historia y memoria de la posguerra franquista, Madrid, Marcial Pons, 2020, 376 pp.).  Lo peor, si cabe, fue que el trigo que llegaba de Argentina y productos de nuestras cosechas era enviados a los frentes alemanes como forma de pagar la deuda contraída por los rebeldes en material bélico. De paso, apareció el estraperlo para aquellos pocos que se lo podían pagar. Aumentaron las colas en el “Auxilio social”, que fue otra forma miserable de “sacar rédito político de la miseria”. La gente buscaba hierbas por cunetas y ribazos que pudiesen echar al puchero. El pan blanco era algo inalcanzable. De ahí que suele verse todavía a ancianos besando el pan cuando se les cae al suelo. Se buscaba la harina de almortas para acallar el ruido de las tripas y su consumo produjo latirismo en muchas familias que comían gachas manchegas, habitual en la comida de pastores, que consistía en una papilla con harina de almorta a la que se le añadían manteca de cerdo, ajo y sal. A día de hoy todavía muchas personas no conocen ciertas “malas hierbas” que pueden comerse: collejas, achicoria dulce, amapolas, acelga silvestre, ortigas, hinojo, lechuguilla dulce, enebro, etcétera. La borraja, tan apreciada en Aragón, Navarra y La Rioja, es una planta que se comía en la época de hambre, así como las tagarninas, tan apreciadas en Andalucía. También se las conoce por cardo común, cardillo y cardo de olla. Se crían cerca de arroyos y cunetas. Para su consumo solo se aprovechan los tallos y se guisan a modo de potaje. Hoy se venden en las tiendas, ya limpios de espinas y atados en manojos como los espárragos trigueros. Existe una receta tradicional de las “tagarninas esparragás” (tagarninas esparragadas) con un majado de pan frito con ajo, pimentón, ñoras y comino servido con un huevo cuajado y unas rebanadas de pan como acompañamiento.

 

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