martes, 13 de febrero de 2024

La vespa

 


E
ra un niño. Mis padres me habían llevado a Calatayud con motivo de pasar una tarde de domingo coincidiendo con las fiestas patronales en honor de la Virgen de la Peña. Tomamos un  tren correo compuesto,  cuya locomotora negra y lanzando vapor arrastraba vagones procedentes de Madrid y de Valladolid. Las dos composiciones se unían en Ariza y proseguían hasta Zaragoza. Pero eso nos daba igual. Nos apeábamos en el pueblo siguiente. Recuerdo que dimos los tres unas vueltas por un paseo muy animado y repleto de gente. Cansados de ir y venir por aquel “tontódromo”, nos sentamos en una terraza a tomar algo. En la mitad de aquel recorrido había una tómbola de la Caridad donde podían adquirirse boletos para participar en el sorteo de una Vespa. Era verde, preciosa y limpísima. Por aquellos tiempos casi nadie tenía coche y en aquel pueblo donde vivíamos creo recordar que había muy pocas motocicletas: la Isso del boticario y una Lube de un tipo cuyo trabajo consistía en comprar manzanas reinetas cuando todavía los manzanos estaban en flor, negocio que a mí me parecía de mucho riesgo por las heladas tardías que casi siempre se producían con la Cruz de mayo.   Allí, en aquella tómbola de la Caridad, había un tipo atildado vociferando en un micrófono e invitando a la compra de boletos para la Vespa. Mis padres le conocían de vista. Me dijo mi madre:

--Se llama Pepín González y es cursillista de Cristiandad.

Yo ignoraba qué significaba ser cursillista de Cristiandad. Pensé que sería algo parecido a ser poseedor de un título, como de notario,  o así. Ignoraba que se tratase de un movimiento eclesial que se gestó en España a partir de 1940 que tenía como patrono a san Pablo apóstol. Los cursillistas, con una intensa formación espiritual durante tres días, se dedicaban a practicar encuentros comunitarios. Su embrión databa de 1936, cuando Manuel Aparici Navarro, presidente de los jóvenes de Acción Católica, propuso al entonces papa Pío XI en compañía del cardenal Pacelli (futuro Pío XII) una masiva peregrinación hasta el sepulcro de Santiago y que no pudo llevarse a cabo, como consecuencia de la Guerra hasta 1948. Aparici había conocido a Ángel Herrera Oria en 1928, que desde entonces ejerció sobre él gran influencia. Fue ordenado sacerdote en 1947 y designado consiliario general de la Juventud de Acción Católica. Fundó la revista La Flecha. Murió en 1964 y está en proceso de canonización.  Aquellos cursillos de Cristiandad implantados por él se llamaron inicialmente Cursillos de Adelantados de Peregrinos y se impartían en Mallorca. Más tarde llegaron a la Península con motivo del Año Mariano, en 1954 para tratar de conseguir una cantera de militantes católicos en todas las parroquias. La revista La Flecha, cuyo primer número apareció en 1932, le fue encomendada al redactor de El Debate Nicolás González Ruiz. En la primavera de 1936 nació en Madrid Signo,  con carácter quincenal y una tirada de 15.000 ejemplares. De su dirección se encargó Emilio Attard. Solo salieron a la calle tres números. Posteriormente reapareció en Burgos en noviembre de aquel año. Más tarde apareció la revista infantil Trampolín, editada por Acción Católica, entre 1948 y 1959. Se publicaron 178 números bajo la dirección de Alberto de Macua. Había personajes importantes en sus viñetas: “Don Ataulfo Clorato y su sobrino Renato”, “La familia Pisaverde”, “La familia Sulfamida”, “El profesor Litines”, “Ciriaco Majareto”, “Mateo Pi”, “El conde Pepe”, “Listón y Tarugo”, etcétera. Por cierto, no me pregunten a quién le tocó la flamante vespa. Nunca lo supe.

 

No hay comentarios: