Vaya por delante que yo respeto a la Guardia
Civil, que soy consciente del trabajo que realizan en beneficio de la sociedad
y manifiesto estar consternado por la reciente muerte de dos agentes, David Pérez y Miguel Ángel González, y un tercer agente mutilado, todos ellos a
manos de narcotraficantes de Barbate.
Tampoco comprendo los gritos de un corifeo de insensatos que parecía disfrutar
ante tal disparate como si estuviesen asistiendo a una corrida de toros en
plaza de tercera sin enfermería. Ciertamente, la Guardia Civil no cuenta con
los medios necesarios para luchar contra una mafia organizada que utiliza
lanchas de cuatro motores para acarrear
a la Península droga (hachís y griffa) procedente de Marruecos. Pero con esos
bueyes hay que labrar el páramo. No queda otra mientras no se dote a la
Benemérita de lanchas equivalentes a las que utilizan esos miserables que solo piensan en enriquecerse a
costa de la enfermedad ajena. Dicho eso, también debo señalar que el presidente
Sánchez no debió acercarse a
Valladolid para estar presente en la entrega de unos premios de cine con la que
estaba cayendo en el Sur. No era necesaria su presencia. Aquel que se acerca a
Doñana para ociar, también debe acudir a Barbate para arropar a las familias desolada
de unos agentes muertos en el ejercicio de su deber. Eso se llama empatía. Y
eso demuestra, del mismo modo, que Sánchez es un egocéntrico del tamaño de King Kong, el gigantesco simio ficticio
originario de la Isla Calavera que apareció en las pantallas de cine de otro
tiempo. El Presidente del Gobierno no tuvo empacho, como afirmo, en utilizar un
Falcon para trasladarse desde
Valladolid hasta Madrid (distancia ridícula) una vez terminada la fiesta de los
cómicos. Alguien podrá decirme, ni podré quitarle la razón, que la muerte de
dos agentes de la autoridad en su lucha contra bandas organizadas, son gajes
del oficio. En efecto: así es. Esas indeseables situaciones pueden sucederle al
albañil que se cae del andamio, al electricista que se electrocuta o al mandadero
que se cae de la moto. Pero convendrán conmigo en que los peligros disminuyen considerablemente
cuando el albañil está dotado de arnés, cuando el electricista utiliza pértiga
y cuando el mandadero circula más despacio y no regatea de forma insensata
entre automóviles. El tiempo pasa deprisa y seguramente ya no queda ningún
ciudadano vivo que en su día formó parte de la llamada “quinta del biberón”, es decir, de los nacidos en 1920 y llamados a
filas en 1938. A aquellos chavales de apenas 18 años de edad se les hizo
entrega de unos mosquetones de 1912 muy pesados y con un grave defecto. Cuando
se disparaban cuatro tiros, los cerrojos calentaban tanto que era imposible
meter en la recámara un quinto cartucho. Pese a ello, ningún mando cayó en la
cuenta. Ahora pasa algo parecido. La zona de Algeciras quema como aquellos cerrojos. Es un punto
caliente en el tráfico de hachís y de cocaína. Un agujero muy difícil de
taponar mientras exista un gran número de parados dispuestos a ganar un dinero
fácil en poco tiempo, falta de los medios necesarios para controlar el constante “trapicheo”,
presunta corrupción de algunos agentes de la autoridad (como bien conocen los
responsables de “Asuntos Internos”), y una insensata hipocresía en el Ministerio del
Interior. Un aduanero jubilado declaró a Eldiario.es
(reportaje de Juan José Téllez, 04/09/2023) que “en
Costa del Sol, el narcotráfico mata más que en el Campo de Gibraltar; hay
tiros, y todo el mundo se calla por el buen nombre de la Costa del Sol”. Y Marlaska lo sabe pero tiene piel de
elefante. En resumidas cuentas: cuando el presidente del Gobierno está más interesado en amnistiar a nacionalistas de Junts (su cabecilla huido cobardemente en el maletero de un coche) por necesitar los siete votos de esa formación en el Congreso que a dotar a la Guardia Civil de medios contra el narcotráfico organizado, algo falla en los cimientos de un Estado de derecho.
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