martes, 27 de febrero de 2024

Perder el oremus

 


La peregrina idea de pretender cobrar la entrada a la plaza de España de Sevilla para todos aquellos que no sean sevillanos de nación por parte del alcalde José Luis Sanz se me antoja una excentricidad sin precedentes. Al final nos cobrarán hasta por respirar,  por sentarnos en un banco público o por mirar a las musarañas. Todo es empezar. Hace tiempo que los funcionarios del Cielo  cobran por entrar a las catedrales. Eso sí, cuando aparecen goteras pretenden, y hasta lo consiguen, que se arreglen con dinero público. Los casos de la Seo de Zaragoza, de la colegiata de Santa María de Calatayud o de la catedral de Tarazona demuestran lo que aquí afirmo. José Luis Sanz, que fuese alcalde de Tomares (el municipio con la renta per cápita más alta de toda Andalucía) y exsenador por el Partido Popular, ya puestos, podría también cobrar por cruzar la calle Sierpes, la Campana, Puente y Pellón o  por mirar por la parte de afuera los palacetes del paseo de la Palmera, que al igual que la estructura semicircular de plaza de España, es de las pocas cosas que quedan de la Exposición Iberoamericana de 1929, sin olvidar el hotel Alfonso XIII en los Jardines de Cristina. Por cierto, el paseo de la Palmera data de 1910. Su nombre se cambió por el de avenida de la Reina Victoria en 1920; en 1931 pasó a llamarse avenida de Mayo, y durante el franquismo (hasta 1980) avenida de la Victoria. En resumidas cuentas, entiendo que no se puede cobrar  entrada por permanecer en un espacio público o con servidumbre de paso. Ni estamos en la Edad Media ni hay que poner murallas a la ciudad para colocar en cada postigo de acceso un recaudador de tributos. El alcalde Sanz creo que ha perdido el norte o se está pasando de listo. Dicho sea de paso: la Plaza de España pertenece a Patrimonio del Estado, adscrito al Ministerio de Hacienda.



 

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