sábado, 8 de marzo de 2025

La 'catacombe'

 

Leo que en el Bajo Aragón se están talando uno de cada cuatro almendros, según dicen “porque el sector de los leñosos ha quedado fuera del decreto de sequía, por el que el Gobierno de Aragón destinó el pasado año 8,2 millones de euros a cereal de secano y a la ganadería extensiva”. Ahí les duele. Vamos, que si no hay subvenciones, se corta por lo sano con la motosierra y santas pascuas. La pertinaz sequía, como se decía en el franquismo, ha favorecido, además, la aparición del gusano cabezudo y de la avispilla, causantes de un lucro cesante. En consecuencia, subirá el precio del turrón, de los guirlaches, de las almendras garrapiñadas (del vasco ‘garai ipiña’, que significa ‘sobrepuesto’) y de las peladillas blancas y de colores que los padrinos lanzaban a la chiquillería después de los bautizos. También fueron, no sé si todavía, las peladillas importantes en las bodas gitanas, ya que esas golosinas significan pureza y virginidad de la novia. Se acabó para siempre el “truco del almendruco”, fraguado en la Edad Media, y que consistió en obtener leche de almendras para sustituir la leche de oveja, de cabra y de vaca, todas ellas prohibidas durante la Cuaresma por ser de procedencia animal. Pero como en aquellos tiempos no había  licuadoras ni batidoras, triturar las duras almendras para hacer leche no era cosa fácil, y los más astutos decidieron recolectar el almendruco verde y tierno antes de que se convirtiera en almendra. Lo del gusano cabezudo (Capnodis tenebrionis) y lo de la avispilla es lo más preocupante. Y no digamos nada si para más inri aparecen en escena otros actores de reparto, o sea, el barrenillo, la araña roja y el tigre del almendro… Eso ya…, como dirían los de mi pueblo, sería una ‘catacombe’, que es una  mezcla por trabucación entre cataclismo (inundación, en griego) y hecatombe (sacrificio de cien bueyes). Como para ir a mear y no echar gota.

 

viernes, 7 de marzo de 2025

Esas raras dolencias

 

 

Cuando la Semana Santa se convierte en un espectáculo para atraer turistas se cambia todo el sentido religioso.  No cabe duda de que ver un nazareno saliendo de la boca del metro madrileño de ‘Callao’ produce yuyu a los turistas que no saben de qué va la cosa o entienden, quizás, de que se trata del último coletazo de los carnavales. Porque, digámoslo claro, hay procesiones variopintas y bullangueras como las de Sevilla, y procesiones tétricas, como las de Zamora. No es lo mismo poder ver a una banda de música interpretando marchas procesionales de palio como la del maestro Tejera interpretando “La Madrugá”, o la banda de cornetas y tambores de ‘Las Cigarreras’, que observar a Barandales con extravagantes ropones  agitando pesados cencerros delante de la cruz guía y de silentes cofrades del Santo Entierro. La diferencia estriba en que los andaluces son alegres, bulliciosos y coloristas; y los castellanos, por el contrario, quejumbrosos y con muy poco sentido del humor. Nadie imagina chirigotas, murgas y comparsas al estilo gaditano por las calles de Valladolid, aireando en forma de tanguillos o seguidillas denuncias notorias sobre corruptelas políticas o asuntos sociales de actualidad. Excluyo de esas ‘raras dolencias’, claro, a los leoneses de León, recalco lo de leoneses de León, capaces de vestir de luto riguroso en el cortejo fúnebre (encabezado por el obispo, el monaguillo, el fiscal, las plañideras y la acostumbrada ‘Zafarronada Omañesa’ de Riello), donde todos visten de blanco, con pieles de cordero y máscaras, en el  ‘entierro de la sardina’ antes de ser incinerada, o en el ‘entierro de Genarín’  la noche de Jueves Santo, considerado como ‘santo del orujo’, o ‘santo pellejero’ (menesteroso, dipsómano y asiduo visitador de burdeles), en recuerdo de Genaro Blanco Blanco, atropellado y muerto en la madrigada del Viernes Santo de 1929 por un camión de la basura mientras orinaba en un cubo. Posteriormente, cuatro hombres de esclarecidas virtudes y honorables vicios se convirtieron en los primeros cofrades ‘genarinos’. Se trataba de  Paco Pérez Herrero, mecánico dentista y poeta que hizo resurgir la tradición tras los años de censura; Luis Rico, aristócrata bohemio; Nicolás Pérez, árbitro de fútbol y agente comercial; y Eulogio, alias El Gafas, taxista de profesión. Después del entierro del ‘santo del orujo’  hay costumbre de que algunos ‘cofrades’ asisten a una cena colectiva y a un posterior debate. Otros, la mayoría, prefieren seguir bebiendo licores por las calles leonesas mientras ensalzan la figura del ‘santo’  junto a un expositor donde aparece una barrica,  La Muerte, la figura de una mujer de mala reputación conocida como La Mocha, y diversas manolas ataviadas con mantillas negras de blonda, medias con la costura por detrás, guantes de rejilla, rosarios de nácar y peinetas de carey.

 

miércoles, 5 de marzo de 2025

El "ventorrillo El Chato"

 


El “ventorrillo El Chato", el más antiguo de Cádiz, fue construido en 1780 para alivio de caminantes, en el espigón que unía Cádiz con la Isla.  Fue fundado por autorización de conde O´Reilly, por Chano García, apodado "El Chato" por causa de su gran apéndice nasal. En 1823, cuando las Cortes del Reino apresaron a Fernando VII en un encierro tan benigno que le permitía ir de aquí para allá a divertirse donde quisiera, el rey solía visitar ese ventorro acompañado de un personaje conocido por “Fray Manzanilla”. El “Fray” le venía de su apariencia frailuna, con el pelo cortado en redondo alrededor de la cabeza y una gran calva a modo de coronilla. Y lo  de “Manzanilla”,  por su afición a ese vino. Pero, ¿quién fue O’Reilly? La relación del teniente general Alejandro O’Reilly (1723-1794) con Andalucía comenzó en 1775, cuando fue trasladado desde Madrid hasta la capitanía general de esta región tras el desastre de Argel, una operación militar que él mismo encabezó. Sus once años de permanencia en la provincia de Cádiz como máxima autoridad político-militar dejaron una profunda huella en el territorio. Ese tiempo lo dividió entre El Puerto de Santa María (1775–1780), sede de la Capitanía General, y Cádiz (1780–1786), ciudad donde O’Reilly asumiría también el cargo de gobernador político-militar. En la actualidad, el ventorrillo está bajo la dirección de José Manuel Córdoba y mantiene su esencia, estando especializado en tortillas de camarones y arroces. Según cuenta el historiador gaditano Luis Benítez Carrasco, en 1823 El Manzanilla se encargaba de buscarle al rey mujeres que lo entretuvieran.  Fernando VII en una de esas visitas al ventorrillo pidió una copa de jerez. En ese momento se levantó un gran remolino de viento  y el polvo llegó a penetrar en la tasca. El camarero, para evitar que la arena entrara en el vaso del rey, colocó una loncha de jamón a modo de tapadera. Al monarca le gustó encontrarse algo gratuito sin haberlo pedido, y en la siguiente ronda exigió 'su tapa'. En  Cádiz, durante mucho tiempo, casi todos los almacenes de ultramarinos (cerca de setecientos) estuvieron regentados por montañeses. Fueron ‘indianos’ sin pasar el Océano. Se les llamaba “jándalos”. A mediados del siglo XIX  los “chicucos”, llegaban a Cádiz, Jerez, o Puerto de Santa María, a una corta edad y sin más equipaje que lo puesto, a buscar una oportunidad para trabajar y aprender el oficio en la tienda de un familiar o vecino, o en una bodega, con los que su padre previamente habría llegado a un acuerdo. Para la familia era doble ventaja, ya que además de que su hijo aprendía un oficio, era una boca menos que alimentar en la casa familiar. Los jóvenes, que empezaban como “recadistas”, con el tiempo pasaban a ser dependientes, más tarde encargados y, finalmente, se convertían en dueños de un negocio desahogado. Un gran número de ellos, llegaron a hacerse con la mayoría de las tiendas de ultramarinos de la zona, como ya he indicado, y tuvieron tanta repercusión que, todavía a día de hoy, los gaditanos siguen usando la expresión “voy al chicuco” para referirse a “hacer la compra”. La foto de Quico Sánchez  (El Puerto de Santa María, 1910) que acompaño de “Ultramarinos la Argentina”, de Eugenio López Terán, da una idea del aspecto que tenían los establecimientos comerciales de los jándalos.¿No les parece entrañable?

 

martes, 4 de marzo de 2025

El cine 'Velasco'

 

 

Leo con atención un artículo de Javier Hernández-Gracia, en Diario de Teruel, donde su autor hace referencia al  cine ‘Velasco’, de Astorga, situado en el número 9 la calle Alonso Garrote de esa ciudad leonesa. Por un extracto del magazine leonés "Leotopia", elaborado por Severiano Iglesias Tortosa, ha sabido  que se trata del  único cine que ha logrado mantenerse en el tiempo y convertirse en uno de los cuatro cines de sala única, gestión privada y dedicación exclusiva al Séptimo Arte que queda en León y provincia. Fue inaugurado en 1911  por Venancio Velasco, y en sus inicios sólo albergaba espectáculos teatrales. La primera función teatral en ese local tuvo lugar el 5 de marzo de1911, con la tragicomedia “Caridad”. Tiempo después se decidió alternar el teatro con la proyección de películas. Ese local  de espectáculos cumplirá mañana, Miércoles de Ceniza, 114 años de existencia. También he podido saber (y así consta en el extracto del magazine) que “cuando el cine pasó a ser su única actividad, el propietario optó por ceder sus derechos de explotación, primero al dueño del periódico local ‘El Pensamiento Astorgano’, Magín Revillo, y, más tarde, en las del industrial confitero Eustaquio Velasco —más conocido como Taquio—. Por entonces, ya competía con el teatro-cine ‘Gullón’ (abierto al público en 1923), el cine ‘Asturic’ (1949-1962), el cine ‘Tagarro’ (1958-1991) y el cine ‘Capitol’ (desde1956). En 1964 Lorenzo López Martínez adquirió el cine ‘Velasco’, y con su hijo Vicente (apasionado del cine y operador de cabina), le dieron un nuevo impulso. En 1982 el cine fue multado por proyectar  la película "La frígida y la viciosa". Tras una larga andadura, el 9 de enero de 2007 el cine ‘Velasco’ proyectó su última película en analógico, "El Perfume". Después cerró sus puertas hasta el 15 de marzo de 2013, que volvió a funcionar por una nueva gestora privada, la salmantina ‘Proyecfilm’  (que tuvo que desembolsar 60.000 euros), y que ya gestionaba otras diez salas, introduciendo en el cine ‘Velasco’ la proyección digital en alta definición, sonido dolby y rebajando la sala de 350 a 176 butacas. La película “La frígida y la viciosa” fue dirigida en 1981 por Carlos Aured y protagonizada por Andrea Guzon, Sara Mora, Alfredo Calles, con un argumento basado en un matrimonio en crisis que verá alterada su rutina con la aparición de una bella mujer, que trastocará definitivamente su existencia al introducir a la pareja en toda clase de juegos y prácticas sexuales. No termino de entender que en 1982 fuese sancionado con multa el cine ‘Velasco’ de Astorga por la proyección de una película, cuando estaba autorizada su exhibición en todas las salas españolas. Me gustaría que alguien me lo explicase.

 

sábado, 1 de marzo de 2025

Sobre garbanzos

 


Leo hoy en elDiario.es que  La Taberna La Cruzada”, referente madrileño de la comida castiza, es el lugar favorito de Felipe VI, donde suele comer cocido madrileño. Decía Gregorio Marañón que el cocido salvó en España más vidas que la penicilina. Sabido es que la Unión Europea siembra alrededor de 75.000 hectáreas de garbanzos cada año y que nuestro país aporta el 70% de esa producción. Según Tito Livio, los soldados de Asdrúbal (siglo III a. C.) ya cultivaban garbanzos mientras construían Cartagena. Pero su cultivo es anterior. Se remonta al siglo I a.C. y Columela lo describe en sus “Doce Libros de la Agricultura” de la siguiente manera: “EI garbanzo que llaman arietino y también otro de distinto género que se llama púnico, se pueden sembrar en todo el mes de marzo en terreno de la mayor fertilidad y en tiempo húmedo ". Algunos viajeros románticos europeos, cuando el hecho de venir a España se consideraba todavía una aventura peligrosa, cuando los bandidos cenaban en las posadas y desvalijaban diligencias en los caminos, se asombraban de que en todas las casas españolas, y durante todos los días del año, se comía al mediodía puchero de garbanzos. Así lo señalaron, entre otros viajeros, José María Blanco White en sus “Cartas de España”  (‘Sevilla, 1801’ y ‘Madrid, 1807’); Próspero Merimée (1830) donde Granada le inspiró su obra musical “Carmen”; y Teófilo Gautier (1840)  en su “Viaje por España”. Gautier describía nuestro país como “un enclave exótico, con paisajes y habitantes más próximos de Oriente, que vivían anclados en un modo de vida casi medieval”. Tampoco deberíamos  olvidar a George Borrow, que llegó a la Península  Ibérica (1943) con la intención de convertir a los católicos españoles al protestantismo mediante la venta de biblias; ni a  Alejandro Dumas, Gustave Doré, Chopin acompañado de George Sand en Mallorca en 1838…, la lista es larga. Pero a lo que iba. En España existen cinco grandes tipos de garbanzos: blanco lechoso, castellano, Predosillano, chamad y venoso andaluz. De todos ellos me quedaría con el castellano, a ser posible de Fuentesaúco (Zamora) de pico curvo  y tono amarillento cuando está seco; y con el Pedrosillano (Salamanca), más pequeño y casi esférico. Pero además del cocido madrileño existen otros: cocido extremeño; pote asturiano  (con alubias en vez de garbanzos); cocido andaluz, cocido montañés (también con alubias), su variante cántabra del valle de Liébana, conocido como cocido lebaniego (con garbanzos); cocido maragato, tradicional de León (se sirve al revés); escudella  y carne de olla (con butifarra, la pilota (un tipo de albóndiga y los galets (pasta en forma de caracola) en la sopa sustituyendo a los fideos); olla gitana (típica de Murcia y Almería); y el cocido de Lalín, que se toma en Galicia antes de Carnaval. Es necesario aclarar que el cocido es diferente al puchero. El primero lleva embutidos fuertes y suculentas carnes; el segundo, el segundo, ingredientes más ligeros. Se decía que los romanos fueron muy críticos con los garbanzos por ir en contra de los cartagineses, sus eternos enemigos. Tanto fue así que en las comedias romanas aparecía siempre un personaje habitual, el pultafagónides, que servía para reírse de los cartaginenses y matar al público de risa. Decía Julio Camba en “La casa de Lúculo” (1929) que los romanos  “miraban así a ese histriónico personaje como hoy miramos en las ferias al hombre que se traga los batracios vivos o al que se introduce en el esófago teas encendidas”, y Gautier mantenía que “los garbanzos  sonaban en nuestros vientres como perdigones sobre panderetas”. Ý el cocinero Ángel Muro, en “El Practicón” (1894) dejó constancia escrita de que: “con el garbanzo –sólo el garbanzo- se puede alimentar un hombre, pero a este hombre no hay que pedirle que trabaje material o intelectualmente lo que trabajaría otro hombre que comiera carne. (…) Con los garbanzos no se va a ninguna parte, ni llegaremos nunca a feliz términos los españoles que no modifiquemos los usos del manjar”. Por terminar, Manuel Vilabella, en su “Guía  gastronómica de Asturias”, hacía la siguiente referencia al ‘pedete garbancil’ comparado con el producido por las fabes: “Es el pedo fabadino cantarín, espontáneo y liberal, mientras que el que se basa en el garbanzo es retorcido y poco noble; torvo y malencarado”. No sé.  Como escribió Pirandello: “Así es, si así os parece”.

Chulería

 


Hace un par de días, un autobús urbano de Avanza pitaba con insistencia a un coche que tenía delante, motivo por el que me asomé a la ventana. Resulta que en la calle Sobrarbe había un hueco de aparcamiento y una señora joven intentaba aparcar, pero el autobús de la línea 35, muy pegado a su vehículo, le impedía hacer la maniobra. Todo se hubiese resuelto si el conductor de aquel vehículo pesado hubiese retrocedido cinco metros. Nada se lo impedía por no haber coches detrás. Pero no le vino en gana a aquel chulo de bolera, es decir, al amagado conductor, hacerlo. Al cabo de un rato aparecieron dos coches de la Policía Local para tratar de resolver el conflicto y el correspondiente atasco producido por aquel  matraco del "chufla, chufla...". Los agentes pidieron los “papeles” a la señora y, seguidamente, los cuatro o cinco patrulleros se fueron al otro lado de la acera para resolver  en corrillo algo que a todas luces  parecía sencillo. Después de mucho debatir entre ellos, optaron por lo más sencillo: multar a la conductora, pese a que le asistía la razón. El autobús, conducido por aquel machirulo de mierda, retrocedió varios metros y todo se resolvió sin mayores problemas. Me indignaron dos cosas: una, la falta de respeto del conductor del autobús; otra, la presunta mala praxis de los guardias en el cumplimiento de su deber. Por cierto, uno de aquellos agentes llevaba la cara tapada por una especie de tapabocas pese a estar a 14 grados de temperatura y no constituir esa prenda parte de su uniforme.  Me indignó, como digo, la chulería del conductor;  y, también, la  presunta falta de empatía de aquellos agentes de la Autoridad hacia una ciudadana que, a mi entender, no había cometido ninguna infracción de tráfico que motivase una sanción. Intolerable e injusto. Todo ciudadano es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Y aquí solo se demostró mi justificada indignación ante un presunto atropello a nuestras libertades. El peor de todos los atropellos en un Estado de derecho.