Cuando la Semana Santa se convierte en un espectáculo para atraer turistas se cambia todo el sentido religioso. No cabe duda de que ver un nazareno saliendo de la boca del metro madrileño de ‘Callao’ produce yuyu a los turistas que no saben de qué va la cosa o entienden, quizás, de que se trata del último coletazo de los carnavales. Porque, digámoslo claro, hay procesiones variopintas y bullangueras como las de Sevilla, y procesiones tétricas, como las de Zamora. No es lo mismo poder ver a una banda de música interpretando marchas procesionales de palio como la del maestro Tejera interpretando “La Madrugá”, o la banda de cornetas y tambores de ‘Las Cigarreras’, que observar a Barandales con extravagantes ropones agitando pesados cencerros delante de la cruz guía y de silentes cofrades del Santo Entierro. La diferencia estriba en que los andaluces son alegres, bulliciosos y coloristas; y los castellanos, por el contrario, quejumbrosos y con muy poco sentido del humor. Nadie imagina chirigotas, murgas y comparsas al estilo gaditano por las calles de Valladolid, aireando en forma de tanguillos o seguidillas denuncias notorias sobre corruptelas políticas o asuntos sociales de actualidad. Excluyo de esas ‘raras dolencias’, claro, a los leoneses de León, recalco lo de leoneses de León, capaces de vestir de luto riguroso en el cortejo fúnebre (encabezado por el obispo, el monaguillo, el fiscal, las plañideras y la acostumbrada ‘Zafarronada Omañesa’ de Riello), donde todos visten de blanco, con pieles de cordero y máscaras, en el ‘entierro de la sardina’ antes de ser incinerada, o en el ‘entierro de Genarín’ la noche de Jueves Santo, considerado como ‘santo del orujo’, o ‘santo pellejero’ (menesteroso, dipsómano y asiduo visitador de burdeles), en recuerdo de Genaro Blanco Blanco, atropellado y muerto en la madrigada del Viernes Santo de 1929 por un camión de la basura mientras orinaba en un cubo. Posteriormente, cuatro hombres de esclarecidas virtudes y honorables vicios se convirtieron en los primeros cofrades ‘genarinos’. Se trataba de Paco Pérez Herrero, mecánico dentista y poeta que hizo resurgir la tradición tras los años de censura; Luis Rico, aristócrata bohemio; Nicolás Pérez, árbitro de fútbol y agente comercial; y Eulogio, alias El Gafas, taxista de profesión. Después del entierro del ‘santo del orujo’ hay costumbre de que algunos ‘cofrades’ asisten a una cena colectiva y a un posterior debate. Otros, la mayoría, prefieren seguir bebiendo licores por las calles leonesas mientras ensalzan la figura del ‘santo’ junto a un expositor donde aparece una barrica, La Muerte, la figura de una mujer de mala reputación conocida como La Mocha, y diversas manolas ataviadas con mantillas negras de blonda, medias con la costura por detrás, guantes de rejilla, rosarios de nácar y peinetas de carey.
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