sábado, 22 de marzo de 2025

Romper el silencio

 

 

García Trapiello define hoy a las mil maravillas la Semana Santa que está a punto de llegar cuando nuestro satélite se encuentre en el plenilunio del equinoccio de primavera. Las procesiones de Semana Santa se están convirtiendo en unos perfomances de tambores y nazarenos, de velas, pasos de cristos con mucha sangre y meneo de incensarios a la caída de las tardes de plata y azabache, cuando los ruidos ambientales se convierten en sonidos negros y se abigarra el motor del fervorín colectivo entre velos morados, comadres con escapularios y  olor de naftalina. Como digo, estamos en vísperas de la Pasión y a punto de que aparezca el Barandales local con sus amplios ropajes y sus esquilas, tolón, tolón, abriendo paso al Inri por las tortuosas calles, y los vencejos, acharolados y limpios planeando entre unas nubes de cumulonimbos apretados en los que reside toda la neurastenia contenida. Escribe García Trapiello: “Mamporrea ya la devoción campanona a la vista de una Semana Santa tardía y abrileña para que sepa a feria de abril regadita de limonada y tararí que te vi. Le sacan brillo a cruces y cornetas, salen túnicas de su plástico preservativo en el armario, ensayan su turra las bandas cofrades; y los barandas de fe clientelar que se lucen presidiendo procesiones planchan trajes, galas y la medallita de los milagros. Todo listo para la gran exhibición ‘identitaria’ de una fe antigua, barroca y hueca que convierte en perversa cualquier otra fe, en purrela, en error de dioses ajenos a los que el catequista pide abrirles la crisma de un cristazo bendito. Recuerdo en mi pueblo un Viernes Santo, con la procesión por las calles y los cofrades con terceroles llevando el paso a golpe de timbal. De entre el silencio apareció un sonido diferente. Era la voz de un espectador que, mirando a un compañero de trabajo con traje de domingo, le lanzaba un requiebro que parecía un madrigal: “Joer, Paco,… ¡qué chaquetica!”. Y es que Paco, aquella tarde estrenaba y lucía más galán que Mingo una americana de tartán escocés, color cagalilla de gallina de Livorno, donde en el ojal de la solapa había colocado un prendedor con el anuncio  de ‘nitrato de Chile’. Los cofrades volvieron la cara hacia un lado como cuando el capitán pasa revista a la compañía. Se había roto por un instante el silencio mudo del misterio, y perdonen el pleonasmo.

 

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