Por lo se desprende, el Tribunal Supremo es capaz de distinguir entre una seria amenaza y una bravuconada. Claro, hasta que la bravuconada se transforma en tragedia. Abrigo la esperanza de esos togados y salomones del Alto Tribunal tengan la misma clarividencia cuando otros casos de diversa índole afecten a políticos aforados o a individuos de sangre azul, que lo dudo. Creeré en el Poder Judicial el día que la Ley sea igual para todos y que el rasero deje de ser una veleta que se mueva según sople el viento. Ello viene a cuento con el fallo por unos hechos acaecidos en Hinojosa del Duque (Córdoba) el 10 de noviembre de 2021, según leo en elDiario.es, donde se señala que “debido a un altercado previo de su hijo menor con un agente de la Guardia Civil, el procesado se dirigió a un bar lugar frecuentado por el agente con la intención de localizarlo. Al no encontrarlo allí, se dirigió a la casa-cuartel donde el agente tiene fijada su residencia, Allí, alzando la voz y mirando hacia el interior, profirió las siguientes expresiones dirigidas al agente: “Te rajo, te mato a ti y a todos los que estáis ahí dentro, conmigo lo que quieras, pero a mi hijo nada”. El Tribunal Supremo ha rebajado la pena de 6 meses de prisión (por el que aquel ‘vocazas’ había sido condenado por el Juzgado de lo Penal número 3 de Córdoba y posteriormente confirmada por la Audiencia Provincial) al pago de una multa de 900 euros, tras la modificación del artículo 550 del Código Penal por la Ley Orgánica 1/2015 (BOE 31.03.2015 y en vigor desde el 1 de julio de ese año). El Tribunal Supremo calificó los hechos como un ‘delito de amenazas leves’ en una interpretación más restrictiva del delito de atentado. A mi entender, echar bravatas a un gente de la autoridad, a no tardar, va a resultar que es de menor gravedad que lanzar piropos a una señora que pasea por la calle. Me refiero a piropos, unos groseros, otros graciosos, donde se pone a prueba el ingenio popular; verbigracia: "Ese es un cuerpo y no el de la Guardia Civil". Yo, por si las moscas, a los guardias civiles les tengo en mucha consideración desde que un amigo, perito mercantil y cursillista de Cristiandad, me presentó a un sargento, comandante de puesto en un pueblón manchego, y el sargento, tras estrecharme la mano con cierta prevención, me preguntó: “¿Cómo anda usted de papeles?”. Le contesté un lacónico “todo en orden”. Después nos acercamos hasta al ‘Bar de Manolo’ a tomar unos ‘valdepeñas’ y unos platillos con morteruelo, invitación de la casa. Las bravuconadas se han convertido en contravenciones de menor cuantía, como ha quedado definido por el más Alto y Severo Organismo, conque decirle a un guardia civil “te rajo” no es como para que el agente de la Benemérita deba poner el ‘cetme’ en posición de ‘prevengan’ ni le tiemble el barboquejo debajo del bigote. A un bravucón que se le va la fuerza por la boca y que no controla sus impulsos orales basta con fustigarle con la tralla de la indiferencia.
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