viernes, 28 de marzo de 2025

Raqueros

 

 

En la actualidad, en lenguaje coloquial los santanderinos llaman raqueros a esos tipos maleducados o que utiliza muchas palabras malsonantes. También, a quienes andan al raque, son gorrones de libro y arramplan con lo que pueden sin pedir permiso a nadie. O sea, gente de baja estofa de los que hay que huir como de la peste. Pero el término “raquero” fue utilizado en la novela “Sotileza” (1885) de José María de Pereda  en referencia a niños marginales, en su mayoría hijos de pescadores humildes, que frecuentaban los muelles portuarios (sobre todo en el Muelle de Calderón y en Puerto Chico) durante el siglo XIX y principios del XX y que se ganaban la maltrecha vida tirándose al agua en busca de monedas de poco valor que les tiraban los tripulantes de los barcos y los señoritingos estirados que ociaban sin mejor cosa que hacer. También, aquellos rapaces recuperaban mediante buceo efectos que caían al mar, como sombreros o alpargatas. El nombre de “raquero” se deriva del apelativo “wreker” aportado por los tripulantes y pasajeros de los barcos ingleses en los que esa chiquillería pobre robaba al descuido y que pronunciado castellanizado derivó en “raquer”. Lo cierto es que  cuando el historiador cántabro José Ramón Saiz Viadero publicó, a comienzos de los 80, su “Diccionario para uso de raqueros “, y posteriormente “Historias de raqueros”, (Ediciones Tantín, 1009), los raqueros ya habían desaparecido de los escenarios portuarios, quedando reducida a una mera referencia sentimental. El escultor José Cobo Calderón llevó a cabo un encargo artístico en 1981 con raqueros a tamaño natural para la entrada del madrileño “Restaurante Cabo Mayor”. Los raqueros del puerto de Santander se colocaron  en 2007 entre el Palacete del Embarcadero y el Club Náutico.  La historia de aquellos muchachos pobres de igual manera quedó plasmada por Pereda en otra de sus obras costumbristas anteriores: “Escenas montañesas”, publicada en 1864. Otros niños humildes hicieron algo parecido en la Caleta gaditana o en Cartagena, donde se les llamaba “icues”. También en Murcia existe una figura de bronce en su casco histórico muy parecida a la de los raqueros santanderinos, obra del escultor Manuel Ardil Pagán. Representa a un niño semidesnudo que sujeta en su mano un boquerón del que sale un chorro de agua. Santander, que antaño fue la salida al mar de Castilla La Vieja, es una ciudad de contrastes donde pasé unos intermitentes periodos de mi infancia y que siempre sorprende.

 

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