miércoles, 5 de marzo de 2025

El "ventorrillo El Chato"

 


El “ventorrillo El Chato", el más antiguo de Cádiz, fue construido en 1780 para alivio de caminantes, en el espigón que unía Cádiz con la Isla.  Fue fundado por autorización de conde O´Reilly, por Chano García, apodado "El Chato" por causa de su gran apéndice nasal. En 1823, cuando las Cortes del Reino apresaron a Fernando VII en un encierro tan benigno que le permitía ir de aquí para allá a divertirse donde quisiera, el rey solía visitar ese ventorro acompañado de un personaje conocido por “Fray Manzanilla”. El “Fray” le venía de su apariencia frailuna, con el pelo cortado en redondo alrededor de la cabeza y una gran calva a modo de coronilla. Y lo  de “Manzanilla”,  por su afición a ese vino. Pero, ¿quién fue O’Reilly? La relación del teniente general Alejandro O’Reilly (1723-1794) con Andalucía comenzó en 1775, cuando fue trasladado desde Madrid hasta la capitanía general de esta región tras el desastre de Argel, una operación militar que él mismo encabezó. Sus once años de permanencia en la provincia de Cádiz como máxima autoridad político-militar dejaron una profunda huella en el territorio. Ese tiempo lo dividió entre El Puerto de Santa María (1775–1780), sede de la Capitanía General, y Cádiz (1780–1786), ciudad donde O’Reilly asumiría también el cargo de gobernador político-militar. En la actualidad, el ventorrillo está bajo la dirección de José Manuel Córdoba y mantiene su esencia, estando especializado en tortillas de camarones y arroces. Según cuenta el historiador gaditano Luis Benítez Carrasco, en 1823 El Manzanilla se encargaba de buscarle al rey mujeres que lo entretuvieran.  Fernando VII en una de esas visitas al ventorrillo pidió una copa de jerez. En ese momento se levantó un gran remolino de viento  y el polvo llegó a penetrar en la tasca. El camarero, para evitar que la arena entrara en el vaso del rey, colocó una loncha de jamón a modo de tapadera. Al monarca le gustó encontrarse algo gratuito sin haberlo pedido, y en la siguiente ronda exigió 'su tapa'. En  Cádiz, durante mucho tiempo, casi todos los almacenes de ultramarinos (cerca de setecientos) estuvieron regentados por montañeses. Fueron ‘indianos’ sin pasar el Océano. Se les llamaba “jándalos”. A mediados del siglo XIX  los “chicucos”, llegaban a Cádiz, Jerez, o Puerto de Santa María, a una corta edad y sin más equipaje que lo puesto, a buscar una oportunidad para trabajar y aprender el oficio en la tienda de un familiar o vecino, o en una bodega, con los que su padre previamente habría llegado a un acuerdo. Para la familia era doble ventaja, ya que además de que su hijo aprendía un oficio, era una boca menos que alimentar en la casa familiar. Los jóvenes, que empezaban como “recadistas”, con el tiempo pasaban a ser dependientes, más tarde encargados y, finalmente, se convertían en dueños de un negocio desahogado. Un gran número de ellos, llegaron a hacerse con la mayoría de las tiendas de ultramarinos de la zona, como ya he indicado, y tuvieron tanta repercusión que, todavía a día de hoy, los gaditanos siguen usando la expresión “voy al chicuco” para referirse a “hacer la compra”. La foto de Quico Sánchez  (El Puerto de Santa María, 1910) que acompaño de “Ultramarinos la Argentina”, de Eugenio López Terán, da una idea del aspecto que tenían los establecimientos comerciales de los jándalos.¿No les parece entrañable?

 

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