Leo que en el Bajo Aragón se están talando uno de cada cuatro almendros, según dicen “porque el sector de los leñosos ha quedado fuera del decreto de sequía, por el que el Gobierno de Aragón destinó el pasado año 8,2 millones de euros a cereal de secano y a la ganadería extensiva”. Ahí les duele. Vamos, que si no hay subvenciones, se corta por lo sano con la motosierra y santas pascuas. La pertinaz sequía, como se decía en el franquismo, ha favorecido, además, la aparición del gusano cabezudo y de la avispilla, causantes de un lucro cesante. En consecuencia, subirá el precio del turrón, de los guirlaches, de las almendras garrapiñadas (del vasco ‘garai ipiña’, que significa ‘sobrepuesto’) y de las peladillas blancas y de colores que los padrinos lanzaban a la chiquillería después de los bautizos. También fueron, no sé si todavía, las peladillas importantes en las bodas gitanas, ya que esas golosinas significan pureza y virginidad de la novia. Se acabó para siempre el “truco del almendruco”, fraguado en la Edad Media, y que consistió en obtener leche de almendras para sustituir la leche de oveja, de cabra y de vaca, todas ellas prohibidas durante la Cuaresma por ser de procedencia animal. Pero como en aquellos tiempos no había licuadoras ni batidoras, triturar las duras almendras para hacer leche no era cosa fácil, y los más astutos decidieron recolectar el almendruco verde y tierno antes de que se convirtiera en almendra. Lo del gusano cabezudo (Capnodis tenebrionis) y lo de la avispilla es lo más preocupante. Y no digamos nada si para más inri aparecen en escena otros actores de reparto, o sea, el barrenillo, la araña roja y el tigre del almendro… Eso ya…, como dirían los de mi pueblo, sería una ‘catacombe’, que es una mezcla por trabucación entre cataclismo (inundación, en griego) y hecatombe (sacrificio de cien bueyes). Como para ir a mear y no echar gota.
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