miércoles, 23 de abril de 2025

Adelantos

 

 

El mismo año en que debutase Carmen García, la Trianera, en el ‘Café Filarmónico’ de Sevilla, nació en Munébrega, diócesis de Tarazona, don Gustavo Puchades y Suero de Quiñones. A don Gustavo se le deben, entre otros notables inventos que ahora no hacen al caso, el labrado de vidrio merced al ácido fluorhídrico. Don Gustavo se limitaba a atender con una exquisita corrección a todos cuantos acudían a él para hablar sobre su arte. Aquellas buenas gentes solo conocían el noble arte de labrar la tierra y las facultades de aquel ilustre hijo del pueblo para labrar el cristal les producía a todos una mezcla de orgullo y espanto. En cierta ocasión, a requerimiento de mosén Simpliciano, don Gustavo no tuvo inconveniente en explicar a aquellos que quisieran escucharle su método utilizado. Aprovechando la concurrencia a unos ejercicios espirituales, don Gustavo comenzó su charla de un modo llano para que todos pudiesen entenderle:

 --En cámaras de mucha ventilación, y mejor aún, en vitrinas con chimenea de buen tiro, para precaverse de la acción deletérea de los vapores operantes…,-- etcétera.

Mosén Simpliciano interrumpió a don Gustavo y le pidió que llevase a cabo un ejemplo práctico y que, a poder ser, labrase unos versos de su magín y en alejandrinos monorrimos en el vidrio de la lamparilla del altar mayor. Don Gustavo, como no podía ser de otra manera, no puso objeción alguna al empeño del sacerdote. La fórmula era simple, a base de agua, fluoruro cálcico, ácido clorhídrico y sulfato sódico. Hizo una plantilla con el siguiente lema: “Señor, ven por estos andurriales”, que barnizó con esencia de trementina y  embadurnó con betún judaico y almáciga. Pero a mosén Simpliciano no le agradó que se hiciera uso del betún judaico. Pero al tener que reconocer la necesidad de utilizar ese producto, se santiguó tres veces y dio su consentimiento a regañadientes. Por aquel tiempo, Alfonso XIII tenía ocho años y el ferrocarril del MZA pasaba echando humo y silbando por la fértil vega de Terrear desde hacía treinta. Era una época de adelantos que a nadie molestaba. Aquel año, 1894, la reina regente María Cristina de  Habsburgo-Lorena encargaba al jesuita jerezano Luis Coloma un bonito cuento para su hijo al que se le había caído el primer diente. Así nació “Ratoncito Pérez”, un roedor imaginario que vivía dentro de una lata de galletas en la ‘confitería Prast’, en el número 8 de la calle Arenal de Madrid. También ese año Ramón Casas hizo la obra pictórica “Flores deshojadas”, que presentó en la Exposición General de Bellas Artes de Barcelona. La obra causó un gran escándalo y no encontró comprador, por lo que acabó por regalársela a su amigo el músico Isaac Albéniz.

 

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