La escultura “Wild Relative”, del escultor inglés Tony Cragg, situada en Zaragoza entre los puentes de Piedra y de Santiago, dicen que es una representación
de lo que siente el ciudadano cuando sale de casa y se topa con una racha de cierzo.
Pues yo creo que es lo más parecido a la cabeza de un indio apache montado en
patinete, o al galope sobre un caballo en plena lucha contra el Séptimo de Caballería, o a una mujer del Ampurdán con la barretina mal colocada. Representar
sensaciones por medio de esculturas es harto complicado. ¿Acaso podría
alguien representar un dolor de tripas
esculpido a granito?, ¿o el éxtasis de Teresa
de Ávila?, ¿o las ocurrencias de la alcaldesa Chueca?... Lo que debería explicarse al ciudadano es a cuánto ascendió
el coste del adefesio en 2008, siendo alcalde Alberto Belloch, y por qué razón no se colocó coincidiendo con la ‘Expo’ de aquel año. Leo en la prensa
local que el monolito negro pesa 780 kilos y que es parecido a la escultura
titulada 'Points of view' (en bronce)
instalada en 2005 en la confluencia de las calles malagueñas de Larios y
Strachan y a las ubicadas en la Ciudad de
las Artes de Valencia. Las obras de Tony Cragg, nacido en Liverpool en
1949, “se distinguen por sus formas helicoidales organizadas verticalmente que
ascienden desde el suelo con el fin de transmitir la metamorfosis de la materia”.
¡Chupa del frasco! Si, la escultura de Zaragoza a la que le falta una base semeja de perfil, como decía, a
un indio montado en patinete o galopando sobre una inmensa pradera. La de Málaga, vista por detrás, es lo más parecido a un noray para amarrar embarcaciones en los muelles de los puertos. De las seis esculturas de
Cragg en Valencia, cuatro de ellas están "sembradas" como árboles de pistachos en diversos estanques del recinto de la
'Ciudad de las Artes' y hechas en
distintos materiales: bronce, acero y fibra
de vidrio. En cuanto a sus dimensiones, algunas sobrepasan los seis metros de altura
y las 4 toneladas de peso. En resumidas cuentas, no me extrañaría nada que el
día menos pensado en la explanada del 'Coso
de la Misericordia' (por exigencias de los ediles de Vox en materia taurina,
claro) coloquen una escultura
dedicada a Manuel Celis Dìez, el
último “bombero-torero”, fallecido el
26 de marzo de 2021; o de Eduardini,
nacido en 1902 en la madrileña calle del Salitre, en Lavapiés, en el seno de
una familia de tratante de caballos que llegó a ser payaso augusto, experto en juegos malabares y forzudo. Se solía
refugiar cerca del ‘Circo Price’, en la
‘taberna de Madrueño’, en el número
42 de la calle Hortaleza. Por allí apareció en cierta ocasión Ramón Gómez de la
Serna y dio en calificar a Eduardini y
sus concurrentes como “tozudos de la
hilaridad”. En los espectáculos taurinos que manejó con soltura, los enanitos
no siempre fueron siete, como en el cuento de Caperucita, sino que su número se fue
alterando. Por ejemplo, en un programa del 'Circo
Price' de principios de los años cincuenta, aparecían diez de todas las
procedencias: desde un mejicano de Puebla de 1,06 metros y 34 kilos hasta un
bonaerense de 1,15 y 41 kilos. Pero el más pequeño de todos, un tal J. Serrano Navarro, era natural del zaragozano pueblo de Velilla de
Jiloca, donde había nacido el 16 de agosto de 1925. Medía un metro y pesaba 32 kilos. Celis,
continuador de Eduardini, había sido tramoyista del ‘Teatro Novedades’. Cuando
se incendió en 1928, con un balance de 80 muertos y más de 200 heridos, comenzó
su carrera taurino-bufa imitando a Charlot. Fue en 1953 cuando incorporó a su espectáculo a
los enanitos que debutaron en Orán y más tarde triunfaron en Líbano y en la China
maoísta, donde actuaron en quince ocasiones. A los becerros jamás se les
maltrataba. Se les picaba con una escoba y volvían indemnes a los corrales. Como cuando nos apeamos de "el tren de la bruja", para que todos lo entiendan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario