Hoy lunes de la ‘Octava de Pascua’, cuando los tambores
procesionales habían dejado de ensordecer, cuando los pasos y las peanas se
habían recogido en los hangares, cuando el mundo volvía a la rutina, cuando
parecía que se estaba disipando el fervorín histérico-religioso, resulta que se
ha muerto el papa Francisco y la
prensa llena portadas con la noticia. Salimos de una y nos metemos en otra. La
presidenta de la Comunidad de Madrid, en un Estado aconfesional, ya ha señalado
tres días de luto en su región. Le ha seguido Andalucía, la 'tierra de María Santísima'. El Vaticano
entra ahora en ‘sede vacante’ y la Iglesia católica queda en manos del
camarlengo, un estadounidense y antiguo obispo de Dallas, Kevin Joseph Farrel,hasta
la ‘fumata blanca’que designe al sucesor de Pedro. Se mueren los papas y se mueren los santos,
pero nos quedan las reliquias: pajas del pesebre de Belén, el salero de la Última
Cena, el Santo Grial, la Sábana Santa, las espinas de la corona (hasta en
Calatayud hay una), el brazo de Teresa
de Ávila, trozos de ropa de Valentín
de Berrio- Ochoa, huesos de innumerables mártires, clavos de la Cruz y un
rabo de avíos místicos dentro de urnas de cristal y de muy dudosa procedencia.
Cada pueblo presume de poseer algo que se venera coincidiendo con las fiestas
patronales. La mística, que incluye razón oculta, tiene sus misterios
inexplicables, que es lo que se valora por parte de los creyentes, que escapan
al entendimiento y donde siempre y frente a los escépticos se invierte la carga
de la prueba ‘ad maiorem Dei
gloriam’.
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