lunes, 7 de abril de 2025

Falta de sitio

 


De la misma manera que los castellanos, en su cerrazón, clarean los montes de lobos, pensando que esos cánidos se los van a comer con patatas fritas como si se tratase de la abuela de Caperucita, o del oso a don Favila, yo necesito cada cierto tiempo hacer hueco en las estanterías para colocar nuevos libros y desechar aquellos que tiene una letra muy pequeña y me cansan a la hora de leer o releer, o son un  tostón insufrible, que de todo hay. Hoy cualquiera escribe un libro y se lo edita de su bolsillo. Lo malo es cuando te lo regalan en un arranque de egolatría; y que, cuando te dispongas a leerlo, no pases de la quinta página. Mi casa, como digo, es chica y algo he de hacer aunque con mucho dolor de corazón. Hay dos cosas que siempre pido a amigos o allegados: una, que no me regalen libros; otra, que no me regalen corbatas, por mucho que sean símbolo de elegancia y que yo las use a diario desde mi adolescencia. Llegaron de Francia en el siglo XVII, durante  el reinado de Luis XIII por los mercenarios croatas. Ellos la llamaban 'hrvatska'. Se trataba de una prenda a modo de pañuelo con la que se protegían las gargantas del frío. Fue a partir de 1924 cuando adquirió la forma estandarizada que todos conocemos. Jesse Langsdorf, encontró una manera de cortar la corbata con el menor desperdicio posible de tela, trazando un ángulo de 45 grados en la trayectoria del dibujo. Además, la seda no la cortó en una sola pieza, sino en tres, que se cosían.  Patentó ese forma de hacer corbatas, más anchas y más estrechas, y más tarde vendió su patente en todo el mundo. Pero hoy no deseaba hablar de corbatas. Tampoco de lobos ni de libros, sino de falta de espacio para mantener mi biblioteca con una cierta dignidad. ¡Qué le vamos a hacer!

 

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