En su artículo de hoy, Domingo de Ramos, en el Diario de León cuenta Pedro García Trapiello lo siguiente: “En
mi juventud bachillera no hubo nunca procesiones, ni cornetazos, ni mamporros
al parche, ni floripondios desmedidos llevando la contraria a la muerte que se
exalta, ni teatrillo doctrinero, ni santos de palo en bamboleo, ni lágrimas de
esmeralda en rostros bruñidos de juveniles vírgenes doloridas, ni borrachera de
platerías y coronas de oro y brocados y riquezas maldiciendo al Evangelio de
los Pobres, ni disfraces penitentes, ni ostentosa fe carbonera echada a la
calle del jolgorio, ni autoridades fariseas desfilando bajo la galería del
voto, ni manolas curveando su delirio vanidoso…”. En la juventud de García
Trapiello, como en la mía, en los pocos televisiones que había en las casas, en
blanco y negro, solo podían verse conciertos soporíferos de música clásica,
pláticas de curas y telediarios donde se hablaba de Franco y del fervor español manifestado públicamente durante esos días
de altares tapados con velos morados, procesiones interminables y adoctrinamientos
en 625 líneas en un vano intento de serenar el alma de unos ciudadanos que
estábamos ansiosos por pasar los Pirineos para ver películas que aquí estaban
consideradas de ‘4R’ por la rígida
censura, verbigracia: “Garganta profunda”
(1972), escrita y dirigida por Gerard
Damiano(Jerry Gerarden los créditos); “Emmanuelle” (1974) dirigida por Audrey Diwan ; o “El
último tango en París” y la escena casi al final de la mantequilla, que
nada tenía que ver con los gritos de “¡Mantequilla!”
que la extrema derecha lanzaban contra Arias
Navarro; donde la prensa hacía referencia a los exaltados discursos en las
Cortes de Eduardo Tarragona; donde Herrero Tejedor afirmaba que “la pena
de muerte como medida de prevención y de contención para la delincuencia es
altamente positiva”; donde se ejecutaba aPuig Antich sin despeinarse
el verdugo, también a Heinz Chez;
donde molestaban las pastorales de Añoveros;
uf, no sé, todo muy raro. Pero los españoles se quedaban bizcos en la pantalla
de televisión viendo los sábados por la noche películas de Kung Fu hasta que el sueño les descalificaba, y sus profundas
gargantas emitían ronquidos como rugidos de jaula de leones en El Retiro, o
soñaban con esas manolas como las que nos da cuenta García Trapiello que “curveaban sus delirios vanidosos”. Comienza
la Semana Santa, ¡ay!, con disfraces penitentes y deseos de poder ver en
primera fila ese “teatrillo doctrinero”
donde cada año con el primer plenilunio de primavera se revive la muerte de
Dios.
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