El libro “Las calles de Madrid” es un tocho de 797 páginas con ilustraciones del acuarelista Esplandiú, prólogo y notas de Federico Romero y epílogo de Alfonso de la Serna. Se trata de una obra patrocinada por el Ayuntamiento de Madrid donde se recoge una serie de artículos publicados desde 1921 en el diario La libertad. Existe una magnífica edición de la “Editorial Afrodisio Aguado” (Madrid, 1981). Conozco otros libros: “Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid”, de Antonio Capmany Montpalau, con grabados de la época, publicado en 1863, del que conservo una edición facsímil con tapas de cartoné; y “Madrid”, de Ramón Gómez de la Serna (Ollero & Ramos, Editores, 1987) e “Historia de la Puerta del Sol”, del mismo autor y de la misma editorial, llamada por muchos “ese cocherón” y que para Fernández de los Ríos era “esa media tapa de barril de aceitunas”. Muchas calles de Madrid desaparecieron con la construcción de la Gran Vía; y otras cambiaron de nombre con el paso del tiempo, como puede comprobarse en la novela “Misericordia” de Pérez Galdós, editada en 1897; en las “Escenas matritenses” (1851); en el “Nuevo manual histórico-topográfico-estadístico y descripción de Madrid”, de Mesonero Romanos (Madrid, Imp. de la viuda de A. Yenes, 1854); en la “Guía de “Madrid”, de A. Fernández de los Ríos (1876), etcétera. A finales del siglo XIX existían dos “Madriles”: el refinado, como el palaciego de la esquina de la plaza de Santa Ana, de los condes de Montijo y de Teba, en el que se celebraban importantes fiestas en torno a las hermanas Francisca y Eugenia como protagonistas, y que más tarde sería una de ellas duquesa de Alba (más tarde conocida como Paca Alba), y la otra, emperatriz de Francia. Por cierto, en la Nochebuena de 1874, la condesa de Montijo dio a conocer a sus invitados la próxima proclamación de Alfonso XII. Pero, como decía, la otra cara de la moneda madrileña era el fracaso de los objetivos regeneracionistas con los que soñaba la clase media y la gran cantidad de pobres que circulaban sin rumbo por sus calles, malviviendo de limosnas y sobreviviendo casi de milagro a base de bodrios y sopas de convento, como quedó plasmado en los protagonistas de “Misericordia”, la obra de Pérez Galdós, donde se emplea con profusión el léxico de germanías en gran parte de su obra y se señalan muchas calles y plazas hoy desaparecidas o con cambio de nombre. Galdós, llegado a Madrid en 1862, se convirtió en un cronista de un tiempo, donde tuvo que entendérselas con todo tipo de ciudadanos: desde el político encumbrado hasta el mendigo en los infiernos. Tanto fue así que, para penetrar en el interior de repugnantes 'viviendas de corredor' y 'casas de dormir' de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, Galdós tuvo que ir a veces acompañado de ‘guindillas’ (aquellos guardias municipales con el pequeño y ridículo 'kikirikí' rojo en el gorro de hule) y disfrazado de médico de la Higiene municipal.
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