sábado, 11 de octubre de 2014

No hay excusas que valgan





Hay quien ya ha comparado el baño de Fraga en Palomares con la llegada de Rajoy al Hospital Carlos III. La derecha, “acojonada y cobarde”, en palabras del general Manuel Fernández-Monzón, suele tener esos arrojos de estupidez sin que los ciudadanos se los pidan. Manuel Fraga se bañó en el Mediterráneo el 8 de marzo de 1966 junto al entonces embajador americano Angier Biddle Duke, y aquel “arranque de valentía” consiguió que los españoles pudiésemos dormir más tranquilos gracias a nuestra ignorancia sobre el peligro que supuso la caída al mar cuatro bombas termonucleares dos meses antes, el día de san Antón. Franco fue un auténtico insensato permitiendo esos vuelos de aviones americanos en territorio español, independientemente de los Acuerdos Bilaterales. ¿Cuántos peligros habremos corrido durante la dictadura? Casi nadie lo sabe. Y casi todos los que lo sabían ya están muertos. Esas cosas se sabrán, aunque lo dudo mucho, el día en el que se desclasifiquen documentos del régimen anterior.  Han pasado desde entonces 48 años y, a Manuel Fraga, Cuevas Almanzora, donde pertenece la pedanía de Palomares, le va a dar nombre a una calle, pese a que el peligro sigue en aumento. El plutonio esparcido por la zona se está descomponiendo en otro elemento, el americio, que es aún más peligroso. El americio es mucho más volátil y emisor de rayos gamma. En febrero de aquel año apareció en escena un nuevo personaje, Francisco Simó Orts, más conocido como Paco el de la bomba, que era un pescador de Águilas que sabía dónde había caído el artefacto. Finalmente, el 7 de abril la bomba emergía y era izada a uno de los barcos de la “Task force”. Lo de Rajoy es distinto. Ayer por la tarde aparecía en la puerta del Hospital y era recibido por el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. No le acompañaba la ministra Mato, a la que la vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de Santamaría, le ha quitado protagonismo al hacerse cargo de la enrarecida situación creada. Hay muchos nervios entre el personal sanitario y mucha angustia entre la ciudadanía. Al marcharse Rajoy y González fueron despedidos entre pitos, abucheos, insultos y guantes de látex lanzados por los sanitarios presentes sobre los coches oficiales. Salieron tarifando de allí como Cagancho en Almagro. Allí no se encontraba bomba alguna ni había que utilizar el meyba, sino la triste figura de la auxiliar de Enfermería Teresa Romero, enferma de ébola y a la que toda la clase política, incluido el impresentable JR (Javier Rodríguez), han pretendido echarle la culpa de su desgraciada situación. A muchos ciudadanos nos parece una insensatez que se pudiera traer a esos dos misioneros, Manuel García Viejo y Miguel Pajares, en estado terminal sin tener en Madrid (en este caso en el Hospital Carlos III) un centro sanitario adecuado para poder atajar este tipo de enfermedades. También parece irracional el sacrificio del perro. Antes de la primera repatriación, declaró Rajoy que le habia contado a Felipe VI durante un despacho de Estado que “era una decisión política, no médica. Los técnicos sólo ayudaron”. Según la médico Carmen Robledo, “Rajoy y Mato decidieron jugar a la ruleta rusa con vidas ajenas”. El resultado fue el que todos conocemos. Si el Rey estaba enterado y Rajoy y Mato estaban conformes con las repatriaciones de ambos misioneros, como así se hizo, ¿quiénes trajeron el ébola a España? Blanco y en botella.

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