Hay quien ya ha comparado el baño
de Fraga en Palomares con la llegada
de Rajoy al Hospital Carlos III. La
derecha, “acojonada y cobarde”, en palabras del general Manuel Fernández-Monzón, suele tener esos arrojos de estupidez sin
que los ciudadanos se los pidan. Manuel Fraga se bañó en el Mediterráneo el 8
de marzo de 1966 junto al entonces embajador americano Angier Biddle Duke, y aquel “arranque de valentía” consiguió que
los españoles pudiésemos dormir más tranquilos gracias a nuestra ignorancia
sobre el peligro que supuso la caída al mar cuatro bombas termonucleares dos
meses antes, el día de san Antón. Franco fue un auténtico insensato
permitiendo esos vuelos de aviones americanos en territorio español,
independientemente de los Acuerdos Bilaterales. ¿Cuántos peligros habremos
corrido durante la dictadura? Casi nadie lo sabe. Y casi todos los que lo
sabían ya están muertos. Esas cosas se sabrán, aunque lo dudo mucho, el día en
el que se desclasifiquen documentos del régimen anterior. Han pasado desde entonces 48 años y, a Manuel Fraga,
Cuevas Almanzora, donde pertenece la pedanía de Palomares, le va a dar nombre a
una calle, pese a que el peligro sigue en aumento. El plutonio esparcido por la
zona se está descomponiendo en otro elemento, el americio, que es aún más
peligroso. El americio es mucho más volátil y emisor de rayos gamma. En febrero
de aquel año apareció en escena un nuevo personaje, Francisco Simó Orts, más conocido como Paco el de la bomba, que era un pescador de Águilas que sabía dónde
había caído el artefacto. Finalmente, el 7 de abril la bomba emergía y era
izada a uno de los barcos de la “Task
force”. Lo de Rajoy es distinto. Ayer por la tarde aparecía en la puerta
del Hospital y era recibido por el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. No le acompañaba la
ministra Mato, a la que la
vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de
Santamaría, le ha quitado protagonismo al hacerse cargo de la enrarecida
situación creada. Hay muchos nervios entre el personal sanitario y mucha
angustia entre la ciudadanía. Al marcharse Rajoy y González fueron despedidos
entre pitos, abucheos, insultos y guantes de látex lanzados por los sanitarios
presentes sobre los coches oficiales. Salieron tarifando de allí como Cagancho en Almagro. Allí no se
encontraba bomba alguna ni había que utilizar el meyba, sino la triste figura de la auxiliar de Enfermería Teresa Romero, enferma de ébola y a la
que toda la clase política, incluido el impresentable JR (Javier Rodríguez),
han pretendido echarle la culpa de su desgraciada situación. A muchos
ciudadanos nos parece una insensatez que se pudiera traer a esos dos
misioneros, Manuel García Viejo y Miguel Pajares, en estado
terminal sin tener en Madrid (en este caso en el Hospital Carlos III) un centro
sanitario adecuado para poder atajar este tipo de enfermedades. También parece
irracional el sacrificio del perro. Antes de la primera repatriación, declaró
Rajoy que le habia contado a Felipe VI durante
un despacho de Estado que “era una decisión política, no médica. Los técnicos
sólo ayudaron”. Según la médico Carmen
Robledo, “Rajoy y Mato decidieron jugar a la ruleta rusa
con vidas ajenas”. El resultado fue el que todos conocemos. Si el Rey estaba
enterado y Rajoy y Mato estaban conformes con las repatriaciones de ambos
misioneros, como así se hizo, ¿quiénes trajeron el ébola a España? Blanco y en
botella.
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