Ayer escribía de un libro de
cocina sobre el que recomendaba su lectura: “Conduchos
de Navidad” de Francisco Martínez
Montiño, editado en 1485 por el que fuese jefe de cocina de Felipe II. En su Capítulo I, sobre “La
colación de Nochebuena y banquetes por Navidad”, hace referencia a la
importancia al guiso de la pintarroja, a los calamares rellenos, al pavo asado,
a las batatas, a los dulces, a los vinos… Pero, de entre todo ello, me llama la
atención su receta sobre la “olla podrida
en pastel”. De ella cuenta que lo de podrida
“no es corrupción de la olla, sino del lenguaje, pues
debe decirse poderida, que significa poderosa por el gran poder
alimenticio que esa olla tiene por suculencia”. Pues bien, aclarado el concepto,
al referirse Martínez a la olla podrida en pastel cuenta lo siguiente:
Conozco a
un hombre de gran valía, que aún no ha llegado a la cuarentena, ha estado en la Gloriosa batalla de
Lepanto; captivo en Argel y ha publicado en los comienzos deste año, la Primera parte de la Galatea, libro que aunque
de fábulas de pastores retrata a gentes muy conocidas. El tal que se llama
Miguel de Cervantes, es muy sabedor de cosas atañentes al Arte de Cocina y, sin
duda por esto muestráseme grandemente aficionado y me consulta, algunas veces
sobre las cosas que escribe y que guardan relación con la materia. Agora anda
metido en el empeño de dar a luz un libro que trata de las aventuras de un
caballero, entre grandemente cuerdo y disparatadamente loco, y un su escudero que
parésceme tiene más de socarrón que de bienaventurado, al cual le hace descir
en el original que me ha mostrado:
“Aquel platonazo que está mas adelate vahando,
me parece que es olla podrida, que por la diversidad de las cosas que en las
tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar con alguna que me sea de
gusto y de provecho. Absit, dijo el médico, vaya lejos de
nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que
una olla podrida: allá las ollas podridas para los canónigos, o para los
retores de colegios, o para las bodas labradorescas, dejennos libres las mesas
de los gobernadores, donde ha de asistir todo primor y toda atildadura. Hízele observar a mi amigo que la tal olla
puede y debe estar asistida de todo primor y atildadura, pues por algo se pone,
no ya en mesa de gobernadores, sino en la de los propios Reyes, por ser el
manxar nacional de España y como símbolo. Esto aparte de su suculencia, pues no
es un plato sino, quince xuntos, y en tal concepto ella sola vale por una
comida entera. No sé la suerte que habrá corrido mi consejo”.
A continuación, Martínez expone
su receta de cocina sobre la “olla
podrida en pastel”, que omito aquí por no aburrir a los lectores. Un poco
más adelante cuenta su receta sobre los “huevos
de engaño”, cuya lectura es una delicia en su modo de expresarse. En mi
escrito de ayer recomendaba la lectura de ese libro. Hoy voy más lejos:
descubro que Cervantes también entendía de pucheros y que, a veces, se dejaba
aconsejar por Francisco Martínez Montiño, cocinero real que tuvo la suerte de
ver de cerca el manuscrito original de El
Quijote salido de la pluma de Cervantes.
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