Me entero de que, de ahora en
adelante, los estancos podrán vender todo tipo de productos por la modificación
de la ley sobre el modelo de distribución de labores en España, publicada en el
BOE el pasado 10 de septiembre. Es decir, que en un estanco, además de sellos
de Correos, tabaco y artículos del fumador, se podrán servir botellas de “Machaquito”, latas de sardinas “El
velero”, calzoncillos “Cañamares”,
o el cancionero con los éxitos más celebrados de Los Chalchaleros. Ha sido una buena idea ese cambio de ley. Los
españoles cada día fuman menos, las pólizas pertenecen al pasado, las letras de
cambio no se estilan, ya sé que no se estila que te pongas para cenar jazmines
en el ojal, cada día se escriben menos cartas de amor y las que llegan al buzón
suelen estar relacionadas con tasas municipales y cargos en cuenta de los
bancos, todas ellas con “franqueo
concertado” para fastidio de los filatélicos. Antes era distinto. Los
estancos se les concedían a las viudas de los generales o a los mutilados de
guerra. Lo que pasa es que mutilados de la última contienda ya casi no quedan y
las viudas de los generales prefieren matar el tiempo en los “rastrillos” y en las mesas petitorias
colocando banderitas. Con tanta necesidad obrera, tanto paria en la Tierra y tanta famélica
legión, a esas distinguidas señoras no les queda tiempo para despachar detrás
de un mostrador cajas de “Farias” y cartones de “Fortuna”. Por otro lado, no está nada
mal que los estancos deriven en bazares al estilo chino, en tiendas de
conveniencia. También se supone que cambiará la labor del Comisionado del
Mercado de Tabacos, (o sea, ese organismo que es lo más parecido a una agencia de
la Gestapo, cuyos agentes secretos aparecían de sopetón
en los estancos y multaban por un
quítame allá esas pajas) y que ahora, con la nueva normativa, sólo podrán
realizar las inspecciones a posteriori,
pero de no sabemos a posteriori de
qué. Con César Alierta desapareció
el monopolio de Tabacalera de la misma
manera que mucho antes había dejado de administrar esa empresa estatal la Compañía de Tabacos de Filipinas, que fue la
primera multinacional española que tuvo un servicio propio de navíos y una
línea de ferrocarril de más de mil kilómetros para el transporte de sus
productos, es decir, el tabaco, la explotación forestal, el azúcar (Central Azucarera de Bais y Central Azucarera de Tarlac) y la
distribución de alcohol, copra, abacá y maguey, así como también la compañía de seguros, la Tabacalera Insurance Co., y la fábrica de papel, la Compañía de Celulosa de Filipinas, que elaboraba
papel y cartón aprovechando el bagazo de la caña de azúcar. Del mismo modo,
creó la red eléctrica de Manila y los tranvías de la capital. Tampoco existe la
que fuese Casa Central, situada en las Ramblas de Barcelona, junto a la Iglesia de Belén y que
ahora ha quedado convertida en el Hotel
1898. La Compañía de Tabacos de Filipinas se constituyó
en Barcelona el 26 de noviembre de 1881 por iniciativa de Antonio López y López (primer marqués de Comillas), el Banco
Hispano Colonial, la
Sociedad General de Crédito Inmobiliario Español y el Banco de París y de los Países Bajos
(Paribas). La Segunda
Guerra Mundial, la ocupación de Filipinas por los japoneses y
la posterior liberación por el Ejército norteamericano ocasionaron una grave
crisis para la Compañía.
Se destruyeron casi todas sus instalaciones y fábricas y las
oficinas centrales en Manila, paralizando los negocios. Ahora la casa madre
está en Holanda. Pero ese es otro cantar.
Por cierto, el poeta Jaime Gil de
Biedma y Alba (tío de Esperanza
Aguirre y de la fotógrafa Ouka Leele,
o sea, Bárbara Allende) fue
secretario general de la
Compañía hasta casi su muerte, en 1990. Su padre, Luis Gil de Biedma, había sido consejero de la Hullera Española antes y después de la guerra
civil; su tío José, Conde de
Sepúlveda, era en 1956 consejero de la Trasatlántica,
compañía de la que Javier Gil de Biedma
Vega de Seoane era entonces secretario general. Su abuelo Javier Gil Becerril había sido el
apoderado en Madrid del Marqués de
Comillas, cargo que debía a su enlace con Isabel Biedma, nieta de Atanasio
de Oñate, consejero de la naviera desde 1882 y hasta su fallecimiento. En
fín, lo dejo aquí, que me canso, o terminaré escribiendo la segunda parte de “Pío XII, la escolta mora y un general sin
ojo”, ahora que Paco Umbral ya
no puede evitarlo, o sea.
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