Imaginen una carpa circense, con unos espectadores muy separados de la pista, donde un liliputiense domador, en un arranque de valentía, controlase con el chasquido de su látigo a unos tigres que luego resultasen ser gatos, y que, éstos, los gatos terminaran por comerse al domador.
Imaginen a una dama distinguida repartiendo prendas de abrigo a unos pobres, y que a todas las prendas les faltase un trozo de tela en la espalda, y que tal señora se justificase diciendo a los mendigos que con tales retales se hacían trajes para los niños de la Inclusa.
Imaginen a un señor que celebrase todos los aniversarios sacando, en una copa de cristal, agua del charco donde se reflejara la luna.
Imaginen el Pilar pintado de fucsia.
Imaginen a la Policía Municipal montando sobre caballos de cartón durante las procesiones de semana santa.
En cualquier caso, siempre la realidad supera a la ficción.
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