Ayer volví a Calatayud. Por la Rúa de Dato pasaban unos tipos
astrosos hablando en rumano. Calles semidesiertas, tiendas semivacías y el
Paseo paralelo a la antigua N-II, ahora
con menor tráfico y tan entrañable como siempre, adornado con esos plátanos de
sombra tejidos unas ramas con otras como si fuesen parras haciendo un largo
sombrajo. Es como si el viajero caminara bajo una pérgola. Pocos comercios
quedan de los tiempos de mi juventud perdida para siempre. La Estación de Ferrocarril
está transformada desde la llegada del AVE. Ahora pone Adif, que es una forma
como otra cualquiera de no llamar a las cosas por su nombre, y los andenes
están ocupados por unas urnas de cristal con fríos aunque cómodos asientos para
el peregrino. Es lo que va quedando de entonces, de cuando en los andenes se permitía
fumar, se pillaban resfriados y se podía adquirir en el quiosco de la Librería de Ferrocarriles
el ya desaparecido “España de Tánger”. Un
letrero sobre el frontis de la
Estación, en lo más alto, sigue con la leyenda “Calatayud-Jalón”, que
era desde los tiempos del MZA y de las fotos de J. Laurent una manera elegante
de poner apellido a la ciudad de la Dolores.
Rúa arriba, San Pedro de los Francos. Una vez pregunté el
motivo por el que las aldabas en forma de gruesas anillas que existen sobre la
puerta de esa iglesia de torre torcida y mochada estuvieran tan altas. Y el
bilbilitano al que se lo pregunté me contestó amablemente que tales argollas
estaban pensadas para ser usadas con punta de lanza. En San Pedro de los
Francos, en 1461, se produjo la coronación de Fernando II como rey de Aragón,
se constituyeron en 1978 las primeras Cortes democráticas y de allí salió el
primer presidente autonómico, Juan Antonio Bolea Foradada, de UCD, por la Asamblea de Parlamentarios
Aragoneses. Y Calatayud también dispuso del primer ayuntamiento democrático de
España tras la muerte de Franco, por adelantamiento en un día las elecciones
por la visita del rey. También tuvo el primer alcalde democrático, José Galindo
Antón, militante del PAR, excelente médico y mejor persona. Todas esas cosas, y
más, quedaron plasmadas con la ágil pluma de Pedro Montón Puerto, cronista
oficial y gran amigo muerto. Ayer volví a Calatayud por resolver unos asuntos
personales y tuve tiempo para recorrer sus calles y visitar alguna cafetería.
Ya en la atardecida regresé a Zaragoza en tren regional con más vagones que
viajeros. Sobre la Sierra
de Armantes podía divisarse, ya entre dos luces, el anciano Castillo de Ayub,
testigo mudo en 1362 de la Guerra
de los Dos Pedros. Hoy ejerce de faro de
caminantes, que no es poco.
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