martes, 29 de enero de 2013

Calatayud



Ayer volví a Calatayud. Por la Rúa de Dato pasaban unos tipos astrosos hablando en rumano. Calles semidesiertas, tiendas semivacías y el Paseo paralelo a la antigua N-II,  ahora con menor tráfico y tan entrañable como siempre, adornado con esos plátanos de sombra tejidos unas ramas con otras como si fuesen parras haciendo un largo sombrajo. Es como si el viajero caminara bajo una pérgola. Pocos comercios quedan de los tiempos de mi juventud perdida para siempre. La Estación de Ferrocarril está transformada desde la llegada del AVE. Ahora pone Adif, que es una forma como otra cualquiera de no llamar a las cosas por su nombre, y los andenes están ocupados por unas urnas de cristal con fríos aunque cómodos asientos para el peregrino. Es lo que va quedando de  entonces, de cuando en los andenes se permitía fumar, se pillaban resfriados y se podía adquirir en el quiosco de la Librería de Ferrocarriles el ya desaparecido “España de Tánger”.  Un letrero sobre el frontis de la Estación, en lo más alto,  sigue con la leyenda “Calatayud-Jalón”, que era desde los tiempos del MZA y de las fotos de J. Laurent una manera elegante de poner apellido a la ciudad de la Dolores. Rúa arriba, San Pedro de los Francos. Una vez pregunté el motivo por el que las aldabas en forma de gruesas anillas que existen sobre la puerta de esa iglesia de torre torcida y mochada estuvieran tan altas. Y el bilbilitano al que se lo pregunté me contestó amablemente que tales argollas estaban pensadas para ser usadas con punta de lanza. En San Pedro de los Francos, en 1461, se produjo la coronación de Fernando II como rey de Aragón, se constituyeron en 1978 las primeras Cortes democráticas y de allí salió el primer presidente autonómico, Juan Antonio Bolea Foradada, de UCD, por la Asamblea de Parlamentarios Aragoneses. Y Calatayud también dispuso del primer ayuntamiento democrático de España tras la muerte de Franco, por adelantamiento en un día las elecciones por la visita del rey. También tuvo el primer alcalde democrático, José Galindo Antón, militante del PAR, excelente médico y mejor persona. Todas esas cosas, y más, quedaron plasmadas con la ágil pluma de Pedro Montón Puerto, cronista oficial y gran amigo muerto. Ayer volví a Calatayud por resolver unos asuntos personales y tuve tiempo para recorrer sus calles y visitar alguna cafetería. Ya en la atardecida regresé a Zaragoza en tren regional con más vagones que viajeros. Sobre la Sierra de Armantes podía divisarse, ya entre dos luces, el anciano Castillo de Ayub, testigo mudo en 1362 de la Guerra de los Dos Pedros. Hoy ejerce de  faro de caminantes, que no es poco.

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