Toda moneda tiene dos caras. Una
de ellas señala que esta noche llegarán los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y
Baltasar, cargados de ilusiones para los niños. La otra cara indica que no hay
más cera que la que arde y que la caja que guarda el dinero de los Magos de
Oriente tiene un serio agujero. En la “Collectanea”, documento anónimo del
siglo VI, Melchor (“Melek”, que significa rey, y “Or”, que significa luz) es
descrito como el viejo portador del oro, ese bien escaso que ahora falta en los
hogares por la maldita crisis. Gaspar, corrupción del nombre Godaphar, es el
mago encargado de incienso. Hoy cumple Juan Carlos I setenta y cinco años. Ayer en la televisión pública
y hoy en la prensa en general hemos podido comprobar cómo se ha derrochado el
incienso de ese mago de Oriente a mayor gloria del monarca. No lo critico. Sólo
lo constato. Nos queda Baltasar, que es otra forma corrupta de Belsazar, o sea,
del nombre dado al profeta Daniel en Babilonia. A Baltasar también se le llamó
en la antigüedad Betisarea y se le describía como el negro africano que portaba
la mirra; o dicho de otra manera, esa batuta que Joseph Cusí prometió hace dos semanas, en un encuentro
privado, regalar a don Juan Carlos con motivo de su onomástica, según escribe hoy
en La Vanguardia,
“para que lleve el ‘tempo’ del país, marque las dinámicas de cada momento y
resuelva las diferencias entre los músicos”. Difícil tarea.
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