El año pasado nos dejaron Manuel
Fraga y Santiago Carrillo, las dos caras del mismo espejo. Hoy hace un año que
murió el hombre sobre el que se dijo que llevaba el Estado en la cabeza. Carrillo
dejaba el cigarrillo el 18 de septiembre. Y en el mes de julio, sólo dos mese
antes de su fallecimiento, don Santiago entregaba a la editorial “Galaxia
Gutenberg” su versión escrita de lo que poco más tarde se editaría bajo el
título “Mi testamento político”. Era como una purga política sincera contada de
propia mano por el hombre que regresó a España tras un largo exilio, ahora
travestido con una peluca rubia. El “meyba” de don Manuel en su baño de
Palomares y la peluca de don Santiago aireada al viento por las calles de
Madrid ya forma parte de un pasado sórdido en el que los españoles, sin saber
por dónde tirar, remábamos a
contracorriente en una enorme trainera por las procelosas aguas de un océano
desconocido y con rumbo a ninguna parte. Cuenta Carrillo en su último libro
(página 303): “Creo que a Fraga, en su calidad de hombre de la derecha, se
cerró la perspectiva de llegar al gobierno de la nación el día en que planteó
la abstención en el referéndum sobre la
OTAN, convocado por el gobierno socialista. En el fondo Fraga
era un ‘otanista’, pero pensó que absteniéndose iba a provocar la caída del
gobierno, lo que le colocaba en el sucesor de Felipe González en el poder”. Más
tarde tendría el premio de consolación de la Xunta de Galicia, para que prendiera candela a
las queimadas, que funcionan como protección contra maleficios, en su conjuro
particular de quema de meigas en la oscuridad de la noche. Un año sin don
Manuel, llueve mansamente en gran parte de España y Esperanza Aguirre, esa
meiga de quita y pon, ficha por una empresa de cazatalentos. “Algunas huirán/ a
caballo de sus escobas/ para irse a
sumergir/ en el mar de Finisterre”, o sea.
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