Todos los ciudadanos españoles
lamentamos profundamente la muerte del sargento David Fernández Ureña en
Afganistán. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha sido el gran ausente
en el acto de despedida en el acuartelamiento de Sangenis, este frío domingo de
enero en el que el presidente no tenía nada previsto en su agenda. Se ha
limitado a enviar un telegrama de condolencia a su familia, que ha estado
arropada por el príncipe de Asturias y el ministro de Defensa. A mi entender,
si el Gobierno envía tropas a esa zona conflictiva de Asia, a su presidente le
corresponde dar la cara cuando algo sale mal. Y la muerte de este sargento significa
que algo no ha ido bien para un soldado. Rajoy es un hombre débil e incapaz de
afrontar la adversidad cuando ésta viene de cara, como quedó demostrado – y cito
textual lo escrito en un artículo por Pablo Sebastián- “el día que salió
corriendo en el Senado por el garaje de la Cámara para evitar a la prensa en el día de un
severo ataque de los mercados a la deuda española”. El sargento Fernández ha
muerto el pasado viernes en Afganistán con las botas puestas, cumpliendo con su
deber y las banderas de todos los centros oficiales y de los barcos de la Armada están a media asta. España
está oficialmente de luto y Rajoy, que es presidente del Gobierno las
veinticuatro horas del día incluidos los días festivos, inexplicablemente, permanece
desaparecido. ¿Dónde está Rajoy? Nadie lo sabe.
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