Suponiendo que fuese cierto un
informe del Instituto Metropolitano de Ciencias Médicas de Tokio, los españoles
tendríamos más memoria que el elefante de la foto de la República de Botsuana antes de que éste
fuese fulminado por el rey Juan Carlos. Botsuana, que es algo mayor que España,
sólo tiene dos millones de habitantes y parece más fácil encontrarte con un
paquidermo que con un indígena. Digo más, de ser cierto que el cerebro
despierta la memoria cuando se pasa hambre, gran parte de los 6 millones de
parados españoles, a los que ya comienza a clareárseles la raspa, tendría más
memoria que la que disfrutó en vida don Marcelino
Menéndez Pelayo, que tenía una retentiva fotográfica. Lo que sucede es que las
pruebas de ese Instituto japonés se están haciendo con moscas, donde se produce
una reducción de la memoria. En consecuencia, no encuentro yo paralelismo alguno para determinar tal
hipótesis Otra cosa distinta es que los parados españoles lleven la mosca
detrás de la oreja, a la altura del lobanillo, como el que tenía un vecino de escalera y que agradecía
porque, según comentaba a los clientes, le permitía sujetar el lapicero en la
oreja con el que echaba las cuentas de la vieja en su negocio de ultramarinos,
que eran lo más parecido a las cuentas del ministro Montoro aunque a menor
escala. Pero los japoneses conjeturan que el hambre despierta una hormona que
reduce el azúcar en el organismo y activa una proteína en el cerebro que logra
que aumente la memoria. En fin, esperar para ver. A fin de cuentas, el ADN del
ser humano se parece más al de la mosca del vinagre que al de los monos. Leemos
poco a Kafka y así nos va.
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