La decisión de la reina Beatriz
de Holanda de abdicar en su hijo, el príncipe Guillermo, levanta en España todo
tipo de especulaciones y comentarios. Beatriz tiene 75 años, los mismos que el
rey Juan Carlos; Guillermo, príncipe de Orange-Nassau, 45, como Felipe,
príncipe de Asturias. Pero Holanda no es España ni se le parece por el forro.
En Holanda, país rico y democrático, la Monarquía como forma de Estado forma parte de la
cultura de los holandeses y tienen perfectamente asumido el papel de la Corona. El caso español es
distinto. España es un país hundido en una profunda depresión económica que
cuenta con seis millones de desempleados y con una corrupción política
impensable en cualquier otro país democrático de nuestro entorno. Por si ello
fuera poco, España es un Estado aconfesional donde, inexplicablemente, sigue en
vigor un Concordato con la Santa Sede
por el que la Iglesia Católica
goza de exenciones fiscales y ha recibido sólo en los tres últimos años (entre
2009 y 2011) 1.231 millones de euros en distintos conceptos. No olvidemos que
los acuerdos de enero del 79 establecían que la Iglesia debía lograr por
sí misma “los recursos suficientes para la atención de sus necesidades”. Pero
jamás fue así. La
Conferencia Episcopal, que nunca ha considerado como
financiación estatal el 0,7% del IRPF, viene argumentando con su cínica postura
habitual y un morro que se lo pisa que son los fieles quiénes aportan esos
recursos mediante sus impuestos y que, por tanto, nada deben al Estado. Rouco
Varela, por lo que se desprende, sabe latín pero desconoce quiénes conforman el
Estado, seguramente por aquello de que su reino no es de este mundo. En el caso español, además, se da la
circunstancia de que no se llevó a cabo a la muerte de Franco un referendo para
determinar la forma que deseábamos de ese “nuevo” Estado. No hubo ni plebiscito
popular ni Cortes Constituyentes, y la figura del sucesor en la Jefatura del Estado ya
estaba señalada de antemano por el dictador desde el 22 de julio de 1969 con
base en la Ley de
Sucesión de 1947, donde en el artículo 2º le estaba reservado ese derecho. Y el
entonces príncipe de España se vio
obligado a tener que jurar los Principios Fundamentales del Movimiento y
tragarse muchos sapos para poder reinar, pese a que su padre, Juan de Borbón y
Battenberg, jefe de la Casa
Real Española, no renunciaría a sus derechos dinásticos hasta
el 14 de mayo de 1977 a
favor de su hijo, en un acto bastante triste para don Juan en el Palacio de la Zarzuela y no en el
Palacio Real, como hubiese sido lo correcto. El caso de España no puede
compararse con el de Holanda. En España los reyes mueren en la cama, salvo que
te llames Favila y seas hijo de don Pelayo, o sea.
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