
“A decir de Álvaro Cunqueiro -escribe Martín
Ferrand refiriéndose a don Indalecio- llegó a ser el hombre mejor alimentado de
la izquierda española. (…) Siguiendo la costumbre, acudió a la plaza de toros
de Vista Alegre. Se lidiaban toros de la ganadería que había fundado y mimado
el marqués de Villagodio. Los toros no lucieron ni casta ni trapío y, airado,
el que después fue ministro de Hacienda con Manuel Azaña se fue a merendar con
unos amigos a la ya desaparecida, pero legendaria, Casa Luciano, en el casco
viejo. ‘Quiero –le dijo al camarero- un trozo de buey así de grande’, y abrió
los brazos hasta ponerlos en cruz. (…) Así nació el famoso villagodio, (…) una
chuleta de buey, o de vaca, de no menos de cuatro centímetros de alto y más de
tres cuartos de kilo”.
Pues bien, se acabó la Transición, la Segunda Restauración
y la Constitución
del 78 se ha quedado vieja. La Primera
Restauración supuso el regreso de la Casa de Borbón en la persona
de Alfonso XII y el sistema
bipartidista (Conservador y Liberal) en alternancia en el poder. Se pasaron por
el arco del triunfo aquellas palabras
de Juan Prim: “Los Borbones nunca
más”. La segunda Restauración, ídem del lienzo: un rey, Juan Carlos I, impuesto por el dictador Franco (por mucho que digan los que pretenden que nada cambie que
el rey iba en el lote aquel frío 6 de diciembre de 1978) y dos partidos
repartiéndose el cotarro, ora PSOE, ora PP. Una cosa sí sabemos: cómo terminó la Primera Restauración.
¿Se lo recuerdo? Recurriendo Alfonso
XIII a la dictadura de Primo de
Rivera para “salvar” (¡qué
inocente!) aquel sindiós de caciquismo rural y corrupción política. ¿Y el
resultado? El Pacto de San Sebastián,
unas municipales, y el rey embarcando en Cartagena camino del destierro. Y más
tarde nos vino Juan de Borbón Battenberg, el mismo tipo que en el Hotel La Perla de Pamplona se vistió de mono azul y
boina roja, con los derechos dinásticos y todas esas sandeces trasnochadas.
¿Derechos dinásticos transmitidos por un rey fuera de juego? El que fue a
Sevilla perdió su silla. En fín, mañana será otro día.
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