Está bien que España se acuerde
de Blas de Lezo y que Madrid le
dedique una estatua en su memoria. Tarde, aunque mejor que nunca. Lo que no
acabo de comprender es el protagonismo de
Juan Carlos de Borbón, al que le gustan los uniformes castrenses más que a
un tonto un pirulí, presidiendo un acto municipal y recibiendo honores
militares de jefe del Estado. A nadie se le escapa que las duplicidades en la Administración son
evidentes en este país, donde no pasa día sin que “florezca” un nuevo despacho
para que alguien, no importa de quien se trate, parezca que hace lo que otros
ya hacen, o parece que hacen. Pero en la Jefatura del Estado, se me antoja un dislate
pintoresco que el rey emérito, por llamarle de alguna manera al rey que abdicó,
se vista al dos por tres de uniforme de capitán general y presida actos locales
que por su naturaleza correspondería ejercer a la alcaldesa Botella. Pero la prensa, tan feudataria
como siempre, comenta hoy, por ayer, que “el monarca ha sido recibido con
honores por parte de una compañía mixta integrada por dos secciones de
Infantería de Marina y una de Marinería”. Que yo sepa, monarca, además de ser
el nombre de una bella mariposa, es el soberano de un Estado. Personalmente
entiendo que la prensa debería manejarse con propiedad de estilo en su modo de
redactar crónicas. Hasta el “Libro de
estilo” de ABC (Ariel, 1993), que
es el sursum corda de subordinación
hacia todo aquello que representa la institución monárquica, señala en su
página 115: “El monarca, o soberano de un Estado es únicamente el
Rey. Por tanto, es incorrecto hablar de “los monarcas” para referirse
conjuntamente al Rey y a la Reina. Cuando
es una Reina la que ocupa el trono (caso de Gran Bretaña) escríbase la
Soberana”. De acuerdo que Juan Carlos es rey emérito pero
no reina y aplicarle tal acepción académicas sin merecerla puede dar lugar a
confusiones entre los ciudadanos demócratas. Este es un país paradójico, donde
al rey que no reina se le sigue llamando rey y a los expresidentes del Gobierno,
que ya no gobiernan, se les sigue denominando presidentes, de acuerdo con el
Real Decreto 2102/1983, de 4 de agosto, donde en su texto (disposición 1ª,
artículo 2º) se señala que “Los Ex Presidentes del Gobierno gozarán del
tratamiento de ‘Presidente’ y ocuparán el lugar protocolario que oficialmente
les corresponda conforme al Ordenamiento General de Precedencias en el Estado”.
No cabe duda que un médico jubilado seguirá siendo médico tras su jubilación. Y
lo será de por vida. Pero un funcionario, cuando deja de ejercer su función, se
convierte en un cesante. Por consiguiente, un rey cuando abdica, deja de ser
rey y lo normal en esos casos es que abandone su residencia palaciega; un
presidente, cuando le derrotan en las urnas, se marcha a casa a escribir sus
memorias, se dedica a dar conferencias o utiliza la puerta giratoria; y el Papa, cuando coloca sobre una
estantería la llave de san Pedro y
deja abierta la puerta de acceso al cónclave, también renuncia como obispo de
Roma. Es lo que hay, o sea.
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