Juan Torres, en su artículo “Académicos
desnortados” en Vozpópuli, señala
que “los franceses reglamentan para organizar la vida en común mientras que los
españoles reglamentamos para que parezca que estamos organizando. Se aprueban
leyes, y muchas, pero luego no hay problema en que se incumplan
deliberadamente. Qué digo, incumplirlas: anunciar en rueda de prensa que no se
van a cumplir”. (…) Franco, tal y como era su costumbre, agasajó mucho a la RAE y la llenó de infames
académicos afines, pero no les dio un duro. Cuando llegó la democracia campaban
en la penuria y los gobiernos de UCD no estaban como para pararse en
menudencias. Alfonso Guerra, que
hubiera dado los dos brazos por ser académico, les ofreció, siendo vicetodo del
gobierno, cubrirlos de oro si aceptaban que la elección de los académicos se
hiciera en el Parlamento”. (…) “Se han inventado eso de las academias
iberoamericanas para poder viajar más, editar más diccionarios y sacar algunas
perras más a los contribuyentes…”. (…) “Y entretanto, venden diccionarios
–editados, cómo no, por Planeta- como
si fueran libros de autoayuda, no porque a nadie le importe lo que digan, sino
porque aportan caché”. El artículo de Torres es demoledor. Ahora la RAE acaba de reflejar en su
edición número 23 alrededor de 5.000 palabras nuevas, entre ellas la de
amigovio, via, que es una fusión entre amigo y novio [m. y f.coloq. Arg.,
Méx.,Par., Ur.] y lo señala en su acepción como “persona que mantiene con otra
una relación de menor compromiso formal que un noviazgo”. Y los académicos justifican tal acepción señalando que es
voz extendida en el uso en varios países de América Latina. Con tales
aportaciones idiomáticas que publica Espasa
en el nuevo Diccionario y que ya está en los escaparates de las principales
librerías, ya se dispone de 93.111 entradas, frente a las 88.431 de la edición
de 2001; entre ellas, wifi, chupi,
homoparental, ponchera, miguelito, limpiavidrios, pipichulo, ziper, soponcio,
ñero, chimbo… Ah, ¿qué no saben ustedes qué es miguelito? Pues nada, se lo
digo: “artefacto con clavos grandes y retorcidos que se utiliza para pinchar
neumáticos”. ¡Joer, lo que saben estos académicos! Nada, que tiene razón Juan
Torres. En esta nueva edición se aporta caché. Dices uno de esos términos en la
barra del bar, con pelo engominado a lo pijo,
gafas encima de la frente, buen chorro de colonia “Álvarez Gómez” sobre el pecho depilado, copa de gin-tónic en mano, y triunfas, ya lo
creo que triunfas… Te salen amigovias a tutiplén, o sea.
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