A cualquier cosa le llaman mantón de Manila. El “barco” que
cruzaba las aguas de Zaragoza entre el Club
Náutico y lo que queda de la Expo, o sea, la pasarela del Voluntariado, se marcha con
la música a otra parte. El flamante “barco” no era otra cosa que un catamarán-golondrina
de chicha y nabo que botó en el Ebro el socialista Juan Alberto Belloch siendo alcalde de Zaragoza. El actual alcalde,
de Zaragoza en Común, Pedro Santisteve,
no considera necesario tener que dragar
el río para que viaje por sus aguas un barquito casi de juguete y con una
cincuentena de turistas por un día. El Ebro es un río “vivo” que tan pronto va
casi seco como lleva un gran caudal. Como escribía Herminio Picazo, La Opinión de Murcia (06/03/15), “los ríos son
entidades vivas, dinámicas, actuantes, no cauces inmutables de desagüe de
agua”. Y eso lo sabe bien la Confederación Hidrográfica del Ebro, los agricultores que sufren avenidas indeseables y hasta
el tonto del puño y la rosa que asesoraba a Belloch echándole moscas vivas en
el gin-tónic como repaso intensivo
del Principio
de Arquímedes. Los turistas que
visitan Zaragoza tengo comprobado que son de un día, o de dos días y una noche,
que viene a ser parecido. Llegan, salen del hotel y se quedan con la mirada
extasiada en los cristales de Las Palomas
como los mosquitos en una farola; visitan el Pilar, ven las bombas
colgadas cerca del camarín de la Pilarica
y se marchan sin entender nada; más tarde intentan visitar la Seo y se desinflan cuando les señalan
que hay que pasar por taquilla; se acercan hasta la Plaza de España; regresan al
hotel por donde han venido; se hacen unas autofotos, los pijos dicen selfies,
con la estatua de Goya de fondo; cenan algo ligero y a la mañana siguiente, casi al
alba, se largan en autobús camino de Barcelona, o de Toledo, o del castillo de Loarre, ese nido de águilas
fundado por Sancho III el Mayor para
controlar el Reino de Navarra y que da mucho de sí, es decir, que el guía puede
contarles que allí murió el conde don
Julián y que algunos han conseguido ver su fantasma entre los muros,
también el de doña Violante, sobrina
del Papa Luna. Más tarde, Sancho Ramírez –según les relata el
guía- hizo una iglesia y llevó a una congregación de agustinos para que el “tolle, lege”, que escuchó san Agustín mientras miraba las tapas
de un libro que leía su amigo Alipio,
estuviesen en todas las salsas en un
territorio de analfabetos: “No hay
olla sin tocino / ni sermón sin agustino”. En Zaragoza, por desgracia,
hasta la hostelería ha dejado de ser lo que fue. Todavía en algunos
restaurantes escriben en una pizarrilla el menú del día y, debajo, como un
estrambote, el mantra de “IVA no incluído”, cuando cualquier hostelero debería
saber que el precio del menú ha de ser definitivo y debe indicar el importe
total, sin coletillas. Y los turistas, que ya van aprendiendo y están
resabiados a fuer de ser engañados, terminan sentándose en un Burger King, como los que ya había en la España en el siglo XVII, aunque se llamasen de
otra manera. Como señala María Isabel
Sánchez Quevedo en su libro Un viaje
por España en 1679 (Akal Ediciones, 1994), “lo que más abundaban eran unos
tenderetes ambulantes que se situaban en las esquinas. A modo de cocinas
públicas, en los llamados bodegones de
puntapié se preparaban grandes pucheros de caldos no muy recomendables.
Solían ser visitados por gente de muy bajo poder adquisitivo”. Vamos, como
ahora, sólo que los pucheros de caldo se han sustituido por hamburguesas con
patatas fritas. Yo recuerdo en mis viajes a Lisboa que tanto los restoranes de
mantel como los sitios de fast-food
cerraban muy pronto. Pero existían para alivio de los españoles, que casi
juntamos la cena del día anterior con el desayuno del día siguiente, algunos
lugares donde se podía tomar un plato de sopa, (caldo verde, sopa de nabicas, etc.) cuando gran parte de las casas
de comidas ya había bajado la persiana, que lo suelen hacer sobre las 21 horas,
según los husos de Portugal y no de Alemania; como, misteriosamente, nos impuso
Franco a los españoles en 1942 para tener el mismo huso horario que la Alemania nazi.
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