Aquí no interesa demasiado quien reina sino el que gobierna.
Está la prensa estos días muy machacona con los dos años de reinado de Felipe VI. ¿Se acuerda hoy alguien de
su padre? Yo creo que sí, pero no para bien. Sus casi cuarenta años de reinado
se fueron por el sumidero del olvido y las fotos del rey emérito, impuesto por Franco y descolgadas de los despachos
oficiales, ya sólo parecen cromos de las barajas de Fournier. ¿Qué diferencia existe entre un retrato arrinconado de Niceto Alcalá Zamora o de Amadeo I y otro de Juan Carlos de Borbón? Todos ellos fueron jefes del Estado con
mejor o peor suerte. Como digo, al español medio, al que madruga por ver dónde
buscar los garbanzos, no le interesa quien reina. Le interesan otras cosas más
de andar por casa, o sea, si subirá el pan, si podrán llegar a fin de mes con
un ridículo sueldo, o si los políticos de las listas cerradas impuestas por sus
partidos en este oligopolio desenfrenado serán capaces de cumplir sus promesas
electorales, en el supuesto de que triunfen en las urnas. Hoy el español
corriente, el que deja parte de su nómina para el Erario, tiene la vista más
cerca de san Pelayo (26 de junio)
que de don Pelayo, el primer monarca
del Reino de Asturias. La batalla de cada día por encontrar un trabajo aunque
sea de poca duración interesa más que la Batalla de Covadonga. El tiempo de reinado de
Felipe VI es a día de hoy menor que el tiempo de reinado de don Favila, hijo de don Pelayo, que manejó el Reino de
Asturias dos años, siete meses y diez días, o sea, hasta que tropezó con el
oso. El rey emérito, al abdicar la corona por tropezar con el elefante, debería haberse marchado también de
su residencia en La Zarzuela,
de la misma manera que un trabajador abandona la casa cedida por su empresa
cuando se jubila, o cuando su mujer, ama de casa, queda viuda por un accidente
laboral de su marido. Seguir disfrutando de cocineros, sirvientes, manutención y gastos generales de
luz, agua, exención de IBI, panteón en El Escorial, etc., con cargo al contribuyente,
o a Patrimonio, que viene a ser lo mismo, no parece que sea el estándar en un
Estado de derecho. El rey emérito dispone de una importante paga vitalicia,
escoltas, coche oficial, despacho en el Palacio de Oriente y residencia de
verano en Palma de Mallorca, esta última con cargo al Gobierno Balear. No está
nada mal para un exjefe del Estado. Pero su residencia particular debería
pagársela de su bolsillo. Sería una manera de dar ejemplo a los españoles
que no tiene dinero para vivir con la decencia necesaria y a los niños que se
van a la cama sin haber cenado, que son legión. Lo cortés no quita lo valiente ni lo emérito quita lo deseable.
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