Visito en La
Lonja una exposición de Chema
Conesa. El hilo conductor es el retrato, que domina con habilidad. Entre
esas fotos, dos veces aparece Cela,
en una de ellas con traje de judoka, dispuesto a hacer el nudo de Lambán al que dude del manejo de su péndola, “yo digo sancta Dei genitrix y tú dices ora pro nobis”, que cada artista tiene
su minuto de gusto y don Camilo ya
tiene su siglo de gloria, que gracias a Dios ya estoy hecho a mis manías y sé
distinguir un ojo de cristal de uno de verdad y un buen escritor de un jindo de
la India, o de
un perejiles con apendicuelos. En la
Plaza del Pilar y espacios inmediatos han puesto un mercado
medieval, con espadas, petos, espaldares, tenderetes donde se venden cucharas
de madera, marroquinería que huele muy mal, requesones, embuchados, untos, yerbas para curar el baile de san Vito o la piorrea, chiflos y zampoñas,
el que te adivina el futuro mediante la cartomancia, etcétera; lo mismo de todos
los años por estas fechas, solo que en el Medioevo no te cobraban siete euros
por un perrito caliente ni quince euros por un tenedor de madera de olivo. Y el
zurriagazo del cierzo haciéndonos creer que se estuviese terminado septiembre,
y los políticos entregándonos panfletos para que les votemos el día de san Pelayo sin recurrir a grandes
escenografías para transformar los problemas nuestros en sugerentes soluciones
para ellos, que uno ya conoce el paño y sabe distinguir la pana del terciopelo,
o sea.
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