Carlos Herrera,
en su columna de ABC, “El lugar del Rey”, no dice más que gansadas,
algo ya habitual en su programa de radio en la Conferencia
Episcopal. Señala en esa columna, en referencia al ciudadano Borbón que “ha pasado a la aparente
holganza de la ‘auctoritas’, lo cual no significa que haya abdicado de sus
pasiones: está presente en aquellos lugares en los que su hijo y heredero no
tiene lugar de acudir. Sin ir más lejos, hace un par de días, Juan Carlos
acudió a la tradicional corrida de Beneficencia en la Plaza de Las Ventas ocupando
el Palco Real, no una localidad de tendido: la totalidad de la plaza madrileña
arropó al Rey Emérito con una ovación -coincidente con el Himno Nacional-
absolutamente abrumadora. Esa, indudablemente, es una de las misiones de la Alta Institución:
estar en los lugares en los que la ciudadanía quiere ver al Rey”. Con un poco
de paciencia, Herrera puede ser capaz de de que hagamos “entendible” ese raro
“cóctel” de dos reyes distintos y un solo rey verdadero, con poder de la
ubicuidad y todas esas zarandajas incomprensibles para cualquier cristiano de
fe sujeta con alfileres; que uno, que carece de la fe necesaria para concebir
raros entendimientos teológicos, ya bastante tiene con soportar las patochadas
del ministro del Interior en funciones sobre el trabajo fijo y las salidas de
tono del gobernador del Banco de España, un tal Linde, que aconseja qué hay que hacer con esos trabajadores, sin
“olfatear”, por ejemplo, lo que se cuece en el Banco de Santander desde la filtración de la lista Falciani; que, como bien señala Daniel Viaña hoy en El Mundo,
“contenía los
nombres de 130.000 potenciales evasores fiscales con cuentas no
declaradas en la sucursal que HSBC
tiene en Ginebra, entre los que estaba el entonces presidente de Banco
Santander, Emilio Botín, y que ha
acabado motivando la investigación que ayer llevó a cabo en esta misma entidad la Guardia Civil”. Por cierto, el
“domeñado” diario El País pasa de
puntillas por ese escabroso asunto. Pues bien, a lo que iba. Herrera termina su
artículo de esta guisa: “No sabemos de las gestiones que el Emérito realiza en la sombra, que
alguna habrá, pero sí sabemos de su presencia en actos que realzan la presencia
elemental de la
Institución. Cuando se produjo el tránsito de uno a otro,
escenificado en tres o cuatro días de vacío, los hijos del alboroto agitaron
sus cacerolas en la espera de algún eco: no tuvieron nada que hacer. Llegó Felipe y ocupó el lugar de Juan Carlos. Hoy, curiosamente, Juan
Carlos ocupa algunos lugares de Felipe”. Esperemos que sólo sea en las corridas
de toros. ¿Quiénes son para Herrera los ‘hijos del alboroto’? Supongo que se
referirá el locutor y articulista a esa media España, entre la que yo me
encuentro, que desea que se termine de una vez con esa anacrónica forma de
Estado. Digo más, si el actual jefe del Estado permite que su padre ocupe
algunos lugares en su nombre, salvo el señalado en los toros, más vale que nos
pille el último tren de Gun Hill.
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