Sevilla, esa ciudad de luz y aviones acharolados y limpios,
o de vencejos, se ha convertido, según Antonio
Burgos, en esa “pobre ciudad donde el Ayuntamiento se hace
rico consintiendo tanto velador y tanta mugre turística”. Hombre, Burgos, a los
turistas con posibles y sin posibles hay que tratarlos con más respeto, digo
yo, que siempre se dejan algo de dinero en las casas de pupilaje, en la
hostelería y comprando recuerdos de su estancia. Cierto que durante “el calor, la calor, los calores y las
calores”, como dice Burgos que decían los hermanos Álvarez Quintero, se llenan las aceras en la atardecida de “guiris low cost de paella y sangría, un bar
junto a otro bar, una tienda de camisetas junto a otra tienda de camisetas”,
etcétera, pero resulta que todos los turistas que llegan a Sevilla no pueden
permitirse el lujo de ir al Hotel Alfonso
XIII, al Gran Melía Colón, al Eme
Catedral, o al Barceló Sevilla Renacimiento, que tienen
más estrellas en sus fachadas que el general Eisenhower, ni dar un paseo en coche
de caballos por el que te cobran, si te descuidas, mucho más que el establecido
en las tarifas del Ayuntamiento, haciendo creer a los turistas que esos precios
son los oficiales. Para respaldarlo, esos pícaros cocheros llevan
un mapa del recorrido del paseo con otras tarifas impresas al dorso,
encabezadas incluso por el logotipo de la Oficina de Turismo. A Burgos habría que decirle,
también, que los guiris low cost de
paella y sangría son estafados a la primera de cambio por una mugrienta
chusma de camareros, no todos, claro, que por el hecho de hablar en otra
lengua, o en un castellano entendible, que no es poco, son presas fáciles de
camelar de la forma más burda y de ser tomados por incautos. Como es natural,
todos no caemos en la trampa. Burgos encuentra
todo mal, hasta las sillas plegables compradas en los chinos o en Ikea que los sevillanos llevan desde
sus casas hasta los recorridos procesionales. A Burgos, en fin, le pediría un poco de
respeto con los visitantes a Sevilla, y al resto de Andalucía, donde por
desgracia reside el epicentro del paro, del abandono escolar y de las 35
peonadas. ¡Ya vale, hombre, ya vale!
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