Al ciudadano Juan
Carlos de Borbón le gustan las corridas de toros, a su hija Elena, que está inculcando esa infausta
afición a su hijo Froilán, también. Al
actual jefe del Estado parece ser que no le gustan. A mí, tampoco. Cada vecino
es libre de administrar sus gustos y deseos. Nada que objetar. Lo que ya no me
agrada es que al jefe del Estado le critiquen algunos plumillas, a los que se
les ve la oreja, por no asistir a las corridas donde, posiblemente, los toreros
de postín le lanzarían la montera en ese rito estúpido que llaman brindis. Y
esos plumillas, a los que se les ve la oreja, y a veces también el rabo,
comentan en sus columnas que las corridas de toros dan de comer a mucha gente.
Ese es un argumento que se repite como un mantra peregrino e injustificable.
¡También las guerras dan de comer a los traficantes de armas! Otros aficionados repiten hasta la saciedad
que los toros no sufren en el ruedo, o que son animales privilegiados, al estar
casi cinco años sueltos por las dehesas. Y lo del toro de la vega, que se
celebra cada segundo martes de septiembre, ¿qué es? Hasta en el franquismo, donde no se dejó
títere con cabeza, donde muchos ciudadanos sufrieron palizas de muerte en los
sótanos de la madrileña Puerta del Sol por ejercer la libertad de expresión,
estuvo prohibido el toro de la vega desde que Manuel Fraga firmase en
1963 la circular 32/1963, donde se prohibía el maltrato animal salvo en las
corridas “normativizadas”, paras diferenciar el “arte” del salvajismo. Pese a
que esa normativa no se derogó hasta 1977, en 1970, se volvieron a cometer las barbaridades
de costumbre mientras las autoridades miraban para otro lado. “Es la
tradición”, justificaban los tordesillanos. Sí, también era la tradición tirar
la cabra desde el campanario en Manganesos de la Polvorosa hasta que lo
prohibieron. Por si ello fuera poco, el toro de la vega se convirtió en Fiesta de Interés Turístico Nacional en 1980. ¿Interés para quién? El
último toro lanceado, Rompesuelas,
aseguran que será el postrero en sufrir esa tortura medieval. En contra de los
animalistas, una impresentable presentadora de La mañana de la 1, una tal
Montero, dijo en la cadena que pagamos todos con nuestros impuestos
(refiriéndose a última salvajada de Tordesillas) que “el animal ha vivido muy
bien hasta su trágico final”. Fue una necedad más de las que ya nos tiene
acostumbrados. Por favor, que no le renueven su contrato en la cadena pública.
Tampoco a la Campos.y a su último
novio. Producen vergüenza ajena. No se nos puede obligar a los españoles a
mantener a lerdos de la peor estofa (no “estopa”, como dijo Rajoy) con nuestros impuestos.
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