Hay plumillas que ya escriben sobre el nuevo Frente Popular que se avecina y nos
retrotraen a enero de 1936. ¿Qué temen? ¿Qué pueda sobrepasar Unidos Podemos al
PSOE, como señalan las encuestas? A esos plumillas del miedo, que ven barruntos
de tormenta en el horizonte electoral del próximo día 26 de junio, les recordaría que el
Frente Popular no fue el que nos llevó a la Guerra Civil sino la derechona
incivil más rancia de entonces y una parte del Ejército, provocando un golpe de
Estado con la bendición de la Iglesia
Católica, y que relacionó aquella traición al Gobierno legal
por parte de unos milicos patrioteros de mierda con una “cruzada de
liberación”. Las guerras civiles no las gana nadie. Porque, como señala Jorge M. Reverte en la introducción a su
ensayo El arte de matar, “una guerra
es al fin y al cabo la movilización de todos los recursos posibles para
conseguir la destrucción de un adversario. Eso es imposible de hacer sin
matar”. Pero la voluntad popular, expresada a través del sufragio universal,
como sucederá el próximo día de san Pelayo, parece que no agrada a unos
reaccionarios que, como hace ochenta años, piensan hoy, todavía, que la
libertad ciudadana puede aplastarse con varios tabores de regulares, unos
camisas azules mamporristas, unas arengas desde los púlpitos al estilo de Plá y Deniel y de Gomá y un nuevo ardoroso Yagüe,
si no existe, lo inventamos, ejerciendo de verdugo en la plaza de toros de
Badajoz. Para Yagüe era una rémora tener que transportar a más de 4.000
ciudadanos apresados en su avance hacia Talavera de la Reina. Optó por la
“solución” más sencilla. En fin, dejémoslo ahí. Los reaccionarios de hace
ochenta años ya no existen, pero sus genes están en sus nietos; o sea, en buena
parte de los que ahora han hecho la corrupción política más vergonzosa de que
se tiene recuerdo. Hace pocos días, el anterior Jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, declaraba que no
pensaba escribir sus memorias porque, de ser así, “tendría que contar
mentiras”. Verás el día que se entere Rajoy
de que existe el cúbito de uno de los brazos de san Pelayo en el monasterio de monjas benedictinas de Antealtares,
en Santiago de Compostela. Seguro que Rajoy le pide a Marhuenda que lo pille al descuido, como hizo el electricista José Manuel Fernández Castiñeiras con
el Códice Calixtino, y se lo lleve a La Moncloa. Hay
antecedentes con Franco, la mano de santa Teresa y la maleta olvidada del
general Villalba Riquelme que
descubrió Pedro Sáinz Rodríguez,
siendo ministro de Educación, sobre una mesita de El Pardo. Según contó a El País en 1982, “mientras hablan,
Franco se entretiene firmando condenas de muerte. Sólo se interrumpe para mojar
picatostes en una taza de chocolate y comérselos con mimo”. Franco tomó Madrid
el día del nacimiento de la santa; Marhuenda por Rajoy, mata, y san Pelayo, si
consigue don Tancredo ganar las elecciones generales, será el santo de su devoción. Unos se
aprovechan de restos de santos que les ayudaron a ganar batallas; y otros, como
los nazis, de la ideología de Nietzsche para
incorporarla a su filosofía política. El diario El Mundo contaba una anécdota sobre el otro brazo incorrupto de
santa Teresa: “Una peregrinación de carmelitas viajó a Estados Unidos a visitar
a unas correligionarias, y para darles una alegría mística, se llevaron el brazo
con ellas. Cuando el barco llegó a Nueva York, tuvieron que rellenar un
cuestionario en la aduana, y al no encontrar en el arancel una partida de
reliquias religiosas, el funcionario puso una cruz en “conservas
y salazones”.
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