Estos días se escribe mucho en la prensa sobre Pío Baroja, coincidiendo con el sexagésimo
aniversario de su muerte que se conmemoró ayer, 30 de octubre. Baroja es un
triedro, el médico, que estuvo en el Balneario de Cestona, el panadero y el
novelista. Muchos de los personajes de sus novelas son vagabundos, como luego
acontecería en la obra de Cela. Como
escribió Justo Fernández López, “el núcleo de muchas de sus
novelas lo forma una especie de terapia que consiste en deambular, andar,
vagar; una terapia contra la melancolía. Sus personajes vagabundean, charlan y
hacen teorías. El vagabundeo aventurero de los personajes de Baroja está
impulsado por la energía del hombre independiente que no se quiere someter a la
sociedad. Para Baroja consiste el sentido de la vida en este constante
vagabundear sin meta alguna; en el encuentro constante con hombres que aparecen
y desaparecen sin dejar huella; en la observación y crítica de la vida; en la
acción por la acción sin sentido final alguno”. (…) “A veces parecen sus
novelas un montón de anécdotas. Por eso decía Baroja que una novela larga
siempre será una sucesión de novelas cortas”. Con Cela sucede algo parecido. En
sus viajes (Viaje a la Alcarria, El gallego y su cuadrilla…, etc.) aparecen
en todos ellos una serie de personajes que pasan casi de refilón, que se topan
con el viajero, o con el vagabundo, en sus trochas y dialogan aunque no mucho,
a veces comparten fonda, casi siempre fuman un cigarro juntos y se les termina
por perder de vista en media página. Para Baroja las visiones de Castilla son
como los trazos de Zuloaga: tétricos
y nada edificantes. Para Cela, en cambio, cada viaje por Castilla la Vieja, por La Alcarria, por el Pirineo de Lérida, por Andalucía, o
desde el Miño hasta el Bidasoa, constituye un ejercicio pedestre entre
paisajes, ríos o ciudades de medio pelo sin mayores pretensiones. Sólo el deseo
de distraer al lector, que le acompañará como si fuese su sombra cuando goze
con su lectura. En su ensayo Cuatro
figuras del 98, Cela, al hacer
referencia a Baroja, dice de él: “El porvenir en el que Baroja creía y con el
que se entusiasmaba, fue siempre pretérito”. (…) “Baroja, inmerso de hoz y coz
en el siglo XIX, llamó siempre porvenir a lo que ya había pasado”. En otro de sus
ensayos, Recuerdo de don Pío Baroja,
al hacer referencia a su muerte, cuenta Cela: “En su casa, la noche que murió,
no hablaban de él más que las mujeres. Los hombres fumábamos pitillos y
decíamos que hacía frío o que si Rusia tal y Estados Unidos cual. Esto fue lo
que me dio más la impresión de que Baroja, contra todas las apariencias, no
estaba muerto más que para el registro civil, esa minucia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario